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18 de julio de 2009

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El tiempo de verano es una época tradicional para descansar, relajarse, cambiar de actividad para poder coger con más ánimo si cabe otra vez el trabajo y la dedicación del día a día. Las personas necesitamos el descanso, el respirar otros aires que nos ayuden a despejarnos y a renovar las pilas del corazón y de la mente.

Jesucristo lo sabía. Habían enviado a los discípulos anunciar que Dios está junto a nosotros, que no nos abandona, que es bueno creer. Jesús sabe que la misión no es fácil: habrá desilusiones, fracasos, gente que no acepte la Palabra de Vida. Dice la Palabra que eran tantos los que iban y venían que no tenían ni tiempo para comer. Por eso, cuando los apóstoles vuelven entusiasmados de la predicación les invita a un tiempo de compartir las experiencias en una especie de retiro para poder descansar y reflexionar. Jesús no tiene tampoco grandes pretensiones sino que dice “venid a un sitio tranquilo para descansar un poco”. Podríamos decir que las vacaciones, aunque sean pocas son necesarias para el bienestar personal y que, velar o ayudar a que nuestra gente tenga su tiempo de descanso es necesario. Por ejemplo, pensemos en tantas amas de casa que nunca tienen vacaciones. Ellas también se lo merecen.

Este descansar ya se nos ha proclamado en los pasajes de la Creación cuando al séptimo día, Dios descansó. Recordamos que el Domingo es el día por excelencia del descanso entre toda la actividad cotidiana y profesional de la semana. Lo que pasa es que muchas veces hemos utilizado este día no para la calma, la paz y el descanso sino para ser absorbido por la industria del pasatiempo y el ocio. Recuperar el Domingo como día de descanso, disfrutar de la familia y de la naturaleza, celebrar la fe es una buena tarea para cada uno de nosotros.

Seguidamente a este deseo de calma de Jesús para con sus apóstoles, la realidad se impone y los planes cambian. Muchedumbres ansiosas van como “ovejas sin pastor”. Aun siendo necesario el descanso es mucha la tarea que queda por hacer, es mucha la gente que andan desanimadas, depresivas, tristes, desilusionadas, en búsqueda de algo nuevo. Son muchas las pobrezas tanto personales como sociales que aletean en nuestras calles y plazas.

El trabajo no falta, las pobrezas se renuevan: inmigrantes sin techo vagando con garrafas de agua por los arcenes de las carreteras, colas para comer en los comedores de instituciones caritativas, jóvenes en corro alrededor de botellas medio llenas de alcohol y música que acompaña el ritual del botellón, ancianos solitarios paseando por pasillos de residencias, niños deseando llegue el cole otra vez pues se aburren en sus casas al estar solos y sin compañía, familias enteras sin trabajo y sin ingresos para poder salir adelante, madres con mirada triste por no sentirse valoradas en sus familias,…

Jesús en aquel tiempo, rápidamente cambio de planes… Sintiendo lástima se puso a enseñarles con calma. Jesús de Nazaret sabe que lo mejor en estos casos en acompañar sin prisas, caminar al lado de la personas bajo el ritmo de los procesos personales de cada uno. Hoy sigue siendo necesario este acompañar a la gente, este estar al lado de las personas que necesitan un apoyo y la palabra oportuna. Y los seguidores del Maestro, ahí debemos estar.

Cuánta gente buena son voluntarios en los comedores de beneficia, en Cáritas, visitando ancianos, luchando por un mundo más justo. Cuántas mujeres consagradas en las residencias, en las misiones, en los lugares más pobres de nuestra provincia,… Mucha es la tarea, mucho lo que se hace. Pero todavía queda tanto…

José Joaquín Tárraga Torres
Delegado Diocesano de Misiones