Fco. Javier Avilés Jiménez

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9 de febrero de 2013

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La Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación (Lumen Gentium 8).[Benedicto XVI, Porta Fidei 6]

Cita el Papa el Vaticano II, que en la Constitución sobre la Iglesia, la Lumen Gentium, reconoce que la Iglesia, santa por su origen, por su misión y por la suma de todos los que en ella han sido santos, también necesita purificarse, cambiar y volver, una y otra vez, a reencontrarse con su Señor. Este reconocimiento, además de mostrar humildad y realismo, también explica por qué es necesario mantener el impulso renovador del Vaticano II. Una renovación que, como parte de la conversión permanente a Dios, no se queda en las formas, sino que supone una  más fiel respuesta a lo que Dios nos propone.

Como parte del Año de la Fe puede venirnos bien, a nivel personal, parroquial y diocesano, reflexionar en qué podemos cambiar la forma de realizar las tareas de la Iglesia. Este «plan de mejora» también nos ayudará a conseguir mejor el objetivo de evangelizar, que es una meta marcada para la diócesis por el Plan Diocesano de Pastoral: «Nos renovamos para evangelizar».

Lo que parece más o menos claro es que sin cambios será difícil estar a la altura de los retos que supone vivir y anunciar la fe en nuestro tiempo. Entre esos cambios no serán los más fáciles, pero tampoco los menos importantes, habrá que responder a la situación que plantea la falta de vocaciones sacerdotales. Pero también interpelan nuestra tarea evangelizadora el alejamiento de los jóvenes, el diálogo con la cultura y la necesidad de hacer propuestas ante las dificultades suscitadas por la crisis económica.