Manuel de Diego Martín

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2 de noviembre de 2013

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Estamos viviendo estos días una conmoción informativa sobre lo ocurrido con el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, que anulando la ley Parot, va a hacer posible que muchos asesinos salgan de inmediato a la calle. Es un insulto a la inteligencia y un atentado al sentido común llegar a hacer pensar que es igual matar a uno que a mil.

Comprendemos muy bien la voz de las víctimas que piden justicia y nos dicen que no pueden aceptar de ningún modo que los asesinos de sus seres queridos puedan pasearse arrogantes por las calles, sin cumplir sus penas, como si aquí no hubiera pasado nada.

El otro día me encontraba con una comunidad religiosa de nuestra diócesis que me contaban un poco cómo fue su fundación, en un relato que para mí fue estremecedor. Se trataba de María Siquer. Esta mujer murciana estaba casada con un médico, Ángel Romero. Este era tan buen profesional y tan buen hombre que atendía a todos, tuvieran o no tuvieran con que pagar. Incluso a algunos les daba dinero para que pudieran volver a la clínica. En la fecha que tenía para irse de vacaciones uno de sus pacientes empeoró y pensó que era mejor aplazar el viaje. Y ¡zass!, en ese momento llega el estallido de la guerra civil. Lo apresan, lo arrastran por las calles y al final lo ejecutaron. Su delito era ser católico y rico.

Al acabar la contienda civil volvió su esposa del exilio. En una celebración religiosa oye a un sacerdote decir que todo lo ocurrido ha sido causa de la ignorancia, de la incultura de las gentes y que había que perdonar. Allí le vino la inspiración a esta mujer para dedicar todo su tiempo y todos sus bienes en fundar una congregación que se preocupase en educar a las niñas y jóvenes más desfavorecidas. Así nació la congregación de Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado, de quienes tenemos una comunidad en Elche de la Sierra. También le llegó al alma a María de que lo suyo era perdonar. Muchas veces fue a la cárcel para pedir que a los asesinos de su marido no les matasen. Pero no pedía que los pusieran en la calle.

¿Qué diría hoy María? Pues seguiría diciendo que hay que dar formación a nuestros niños y jóvenes para crecer en la convivencia, en el respeto mutuo. Nos recordaría de que tenemos que ser capaces de perdonar y los asesinos de pedir perdón. En lo que no estaría de acuerdo es que las manipulaciones partidistas y lo intereses políticos oculten la verdad de las cosas y creen injusticias insufribles. Es lo que puede pasar si no hay quien lo remedie.