Pablo Bermejo

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1 de marzo de 2008

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Hace seis años que no veo a un antiguo amigo mío, aunque de vez en cuando contactamos por email. El caso es que a Kike le ocurrió una historia muy curiosa y creo que merece la pena contarla. Pertenecíamos a un grupo en el que todos éramos veinteañeros recientes y nos encantaba salir de fiesta casi todos los jueves y sábados. De todos nosotros Kike era el único que tenía novia, aunque nunca se traía a su novia con nosotros porque todos éramos chicos y, bueno, parecía que no caía en que también podía salir él a solas con ella. Después de cada noche, si yo aguantaba hasta el final, Kike estaba aún borracho y comenzaba a hablar sobre cuánto quería a su novia y lo bien que estaban juntos. De hecho a veces la llamaba de madrugada, y por lo que yo podía enterarme parecía que ella se enfadaba por haberla despertado. Yo no sabía cómo se tomaba ella que su novio fuera tan aficionado a la fiesta, pero como él nunca nos contaba ninguna discusión pensé que quizá era una chica muy independiente y liberal.

Un puente de mayo todos los amigos decidimos irnos de fiesta a Alicante. Le pregunté a Kike si no había pensado irse con Ana a la playa pero dijo que se lo pasaba mejor con nosotros. Recuerdo que ese día no habló con ella por teléfono y, aunque él no decía nada, yo estaba seguro que alguna discusión habrían tenido. El caso es que la primera noche Kike estaba más animado que nunca y, sin llegar a poner los cuernos a Ana, se presentó y bailó con una infinidad de chicas. Al día siguiente por la noche, estando de fiesta en una discoteca del puerto, Kike se animó tanto que se quitó la camisa y comenzó a bailar con tres ´amigas´ que habíamos conocido la noche anterior. Estaba hecho todo un atleta y un Bisbal, así que esa fantasmada tuvo buena aceptación entre las chicas. Sólo quedábamos él y yo, y no podía irme al hotel porque tengo una orientación horrible y no sabía cómo volver. Así que me quedé esperando hasta que se cansó de pasarlo bien y, viendo mi careto, accedió a volvernos. Por el camino llamó a Ana, por supuesto. Eran las cinco de la mañana y ella contestó. Por lo que pude enterarme, ella también estaba de fiesta pero no tenía muchas ganas de hablar con él. Entonces, de repente, Kike se paró y exclamó: “¡No digas eso! Lo que tú y yo tenemos es más fuerte que un puente de fiesta”. Vaya, Kike se había puesto a decir frases bonitas. “¿Qué tiene de malo que quiera compartir mi juventud con mis amigos, que son como mis hermanos?” Un rato después estábamos sentados en un banco del puerto, Kike llorando porque Ana le había dejado. Cada vez que alguien pasaba por enfrente del banco, era cuando Kike hablaba más fuerte y decía cosas como: “¡Qué es lo que me late si me han arrancado el corazón!”. Madre mía, no sé si estaba hecho un poeta o vivía en otro mundo distinto al de los demás. El caso es que pienso que de verdad la quería, aunque mal. Nos fuimos a dormir y, durante un mes, no hablábamos de otra cosa que no fuera Ana.

En fin, creo que los motivos de la ruptura están más que claros. Aunque a veces pienso que parte de culpa era nuestra por algo que decía Séneca: “Cómo ser rectos cuando tantos nos empujan y ninguno nos retiene”. Pero no, principalmente creo que su error fue olvidar que no se puede vivir a solas lo que es cosa de dos.

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