Antonio García Ramírez

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29 de diciembre de 2024

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¡Qué bello es vivir! La vida es un regalo inmerecido, inesperado y gratuito. Nos sorprende, pues no se planifica ni se pide. Estamos vivos, y eso es lo importante, aunque tantas veces pase desapercibido y sea minusvalorado. Como no hemos trabajado para obtenerla, ni la hemos rentabilizado, ni tampoco le sacamos beneficio más allá de respirar, no admiramos el gran misterio y milagro de estar vivos. Pero una cosa es vivir y otra muy distinta es vivirse. Algo así como las plantas, hermosas u horribles, que simplemente viven. Nosotros, como seres humanos, no solo vivimos, sino que deberíamos saborear cada instante de nuestra existencia. Eso es vivirse: contemplar nuestra vida, siempre llena de admiraciones y pequeños detalles.

 Perderse. En este cajón que podemos llamar vida, no todo son parabienes y buenos tragos. Desgraciadamente, estamos llenos de incongruencias, malestares y pecados. La vida puede llegar a perderse y malograrse. Esta es una gran verdad que, tristemente, solemos descubrir tarde. El adolescente de doce años perdido (como nos relata el Evangelio de hoy), el hijo pródigo que se va de casa… son esquemas repetidos que parecen estar incrustados en el ADN humano. No importa nuestra condición social, ni nuestra formación, ni el cuidado y amor de nuestros padres… todos nos perdemos. También nuestros padres se perdieron; por ello son sabios entre doctores, por ello pueden protegernos, por ello les debemos obedecer. Las pérdidas no deberían hundirnos ni desesperarnos. Al contrario, como las crisis, hacen posible el crecimiento humano. Sin caída no hay levantamiento; sin perdida no hay ganancia.

Encontrarse. Al hijo pródigo lo encontró y salvó su padre cuando lo abrazó para perdonarle. El niño hallado en el Templo no se dejó abrazar. Tuvieron que pasar muchos años en Nazaret y tres fuera de casa, hasta que, al ser bajado de la cruz, María, la mujer que se mantuvo en pie, lo abrazara con maternal amor. Es muy difícil encontrarse sin alguien que te busque. Nosotros somos buscados y encontrados por Dios, que es Amor. Ojalá no pongamos resistencias, -tantas veces pueriles y estériles-, y nos dejemos abrazar por la divina misericordia.