Ignacio Requena Tomás
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29 de agosto de 2020
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El evangelio de hoy nos muestra un momento crítico en la vida de los discípulos, el contraste entre su manera de pensar y la manera de pensar de Jesús. Cuando explica a sus discípulos que tiene que ir a Jerusalén y que allí va a padecer mucho, incluso ser ejecutado, ellos no lo entienden y Pedro se pone a increparlo “¡No lo permita Dios, Señor, ¡eso no puede pasarte!”¿Dónde quedan las promesas del Reino de Dios? ¿El Mesías derrotado? Ellos se habían hecho una idea muy distinta, tenían otras expectativas, otros deseos, otros proyectos, pero eso era dejar de lado el plan de Dios. De ahí que la respuesta de Jesús a Pedro sea tan dura: “¡Quítate de mi vista Satanás, que me haces tropezar!”Pedro pretendía hacer caer a Jesús en la tentación de la huida de la cruz.
Los hombres solemos pensar en clave de éxito, no de fracaso, y cuando no conseguimos lo que queremos nos llega el desaliento, la frustración y la tristeza. A Pedro no le cabe en la cabeza la idea de negarse a sí mismo, vivir despojado de todo, estar en el último lugar, cargar con la cruz. A Pedro le quedaba mucho para madurar, pero lo mismo no ocurre a nosotros, la lógica del evangelio no es la lógica del mundo. Los proyectos de Dios van por otros caminos. En ocasiones buscamos un evangelio a la carta, aceptando algunas cosas, pero dejando de lado otras que nos cuestionan. Preferimos el monte Tabor al Calvario. El papa Francisco nos advierte de que vivir en medio del mundo no nos tiene que volver “mundanos”, perdiendo la fuerza y frescura del evangelio.
Jesús lanza su propuesta en forma de invitación: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. A nadie le gusta la cruz, ni a Pedro, ni a nosotros. Pero seguir a Jesús comparta, a veces, esfuerzo y sacrificio. Jesús llama a sus discípulos a seguirle y a ponerse al servicio de un mundo más humano. La cruz a la que se refiere Jesús es el sufrimiento que llegará como consecuencia de nuestro seguimiento. No se trata de buscar sufrimientos, o falsas mortificaciones. Lo suyo es un dolor solidario, es el sufrimiento por las injusticias, las desgracias, las enfermedades que hacen sufrir a tantos. Seguirle comparta solidarizarse con el dolor del otro. Negarse a sí mismo significa vivir de cara a los demás y vivir para los demás, no para nosotros mismos.
Termina el evangelio diciendo “Si uno quiere salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará”. ¿Cuál es el verdadero valor de la vida? Hay distintas maneras de orientar la vida, una conduce a la salvación y otra a la perdición. Jesús nos invita a recorrer el camino que parece más duro y quizás menos atractivo, pero que conduce a salvar la vida.
Guardar la vida es vivir hacia dentro, exclusivamente para uno mismo, buscando sólo la propia ganancia. Cuando hacemos del “yo” la razón última y el objetivo supremo de nuestra existencia. Ese modo de vivir, buscando siempre la propia ganancia nos conduce a la perdición.
En cambio, perder la vida es donarla, ofrecerla, y esto solo se puede entender cuando uno se siente elegido, amado de Dios. Buscar no sólo el propio bien sino también el de los demás. Gastar así la vida es recuperarla purificada, liberada de todo mal, llena de Dios. Es un modo generoso de vivir la vida. Es perder para ganar.