Manuel de Diego Martín

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3 de agosto de 2006

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Hubo un tiempo en que los pueblos circundantes a Israel se decían admirados: “qué buenas leyes tiene esta gente” Se trataba de aquella época en que el gran legislador Moisés y sus seguidores redactaron un código para regular la vida religiosa y social de su pueblo.

Una de esas buenas leyes era la del Talión, la del “ojo por ojo y diente por diente” Mientras otros pueblos más bárbaros al que robase una cabra, eran capaces de machacarle la cabeza, Moisés hizo comprender que no había proporción entre un animalillo y una persona humana. Así pues había que contenerse, y al que había robado una cabra tenía que pagar con otra. De esta manera quedó redactado lo del “ojo por ojo y diente por diente”

A Jesús de Nazaret no le pareció esta ley demasiado buena y propuso otra mejor. Su nueva ley se concretaba en responder a aquellos que te hacen el mal, con el bien. Naturalmente esta ley no ha entrado en la legislación penal de ningún país. Pues según una buena justicia, el que la hace, la debe pagar.

Estos días estamos viviendo con gran dolor lo que está pasando entre el Líbano e Israel. No hay proporción, decimos, entre lo que hizo Hezbolá y la respuesta contundente y brutal del Estado de Israel. Tiene que acabar el fuego, no hay derecho a que sigan muriendo seres inocentes que poco o nada tienen que ver en el conflicto.

Israel apela que su respuesta no se debe tanto al mal que le han hecho, sino al que le pueden hacer, y que saben, según ellos, que están preparados para hacerlo. Así pues, si Hezbolá esta decidido a acabar con ellos, ellos intentarán por todos los medios acabar con los grupos terrorista antes de que sea tarde. Lo mismo piensa Hezbolá, antes que Israel acabe con ellos, ellos intentarán acabar con el pueblo judío.

En estas estamos. Una situación brutal, llena de dolor y sinsentido. El Papa decía en el Ángelus del miércoles pasado. Que cese el fuego, Líbano tiene derecho a vivir en paz, también el Estado de Israel, y Palestina debe tener su estado libre y soberano. Este, creemos, es el único camino abierto al futuro. Lamentamos la impotencia de la Onu a poner orden rápido en el asunto. No comprendemos que los grandes países libres no se pongan de acuerdo para encontrar una solución pronta y razonable, que obligue a todos.

Ante tanta impotencia, cuando lo humanos son incapaces, parece que no nos queda otra que clamar al cielo y decir: “¿Dios mío, hasta cuando permitirás nuestras locuras? Una vez mas te pedimos que se rasguen los cielos, que se abra la tierra y surja la salvación para esta tierra, que llegue la paz a Oriente Medio”.