+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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22 de mayo de 2010

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a Iglesia nace del soplo del Espíritu. Según el evangelio de Juan, es en la tarde misma de Pascua cuando Jesús, alentando sobre los discípulos, les da su Espíritu: Aliento sobre el desaliento, sobre el sin-sentido y el miedo.

“Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Nuestro mundo está, en buena parte, construido sobre el miedo. El miedo, también en este caso, había hecho que se cerraran las puertas de la casa y había echado cerrojos en el alma de los discípulos.

La súbita irrupción de Jesús hace saltar las barreras. “Les mostró las manos llagadas y el costado traspasado”: En nuestra vida y en la de la Iglesia la irrupción pascual se produce, sobre todo, allí donde más vivas están las heridas y más señalados los estigmas de la crucifixión. Allí es posible descubrir la presencia del Espíritu y experimentar el milagro de pasar del temor a la alegría. “Se llenaron de alegría al ver al Señor”.

Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. No se trata de una empresa de publicidad bien montada. Sólo cuenta una cosa: el origen de la misión. En el fondo sólo hay una misión, la que arranca del Padre, que es la de Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia.

“Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”. ¡El aliento vital! Es admirable que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el mundo mediante aquello que es expresión de vida, lo más común y fundamental: la respiración, el aliento.

Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia. Es el día en que ésta toma el relevo de Jesús y sale a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: «Yo estaré siempre con vosotros».

Y el «vosotros» es ahora el cuerpo de Cristo: sus ojos, su corazón, sus manos, sus pies. Es el cuerpo animado por el Espíritu de Jesús donde él se hace visible, y a través del cual actúa y prolonga su misión a lo largo de la historia. «Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro» gritaba san Pablo a aquellas comunidades que, como pequeñas lumbreras, iban extendiéndose por el mundo helenístico.

El cuerpo es el medio a través del cual se expresa y se relaciona la persona. La Iglesia está llamada a ser como el rostro visible de Jesús. Los miembros lo son en la medida en que forman parte del cuerpo, participan de la vida del cuerpo, y cada uno según su función, colabora al bien de todo el cuerpo. Sólo un cuerpo sano, vivo y vigoroso, puede cumplir su misión en bien del mismo organismo y en bien la sociedad humana. Porque, aunque cada miembro tenga su propia función –no es lo misma la función de ojo que la de la mano- cada uno complementa y sirve al bien de los demás.

Según la versión del libro de los Hechos de los Apóstoles, la irrupción del Espíritu acontece a los cincuenta días Pascua, en Pentecostés, en forma de viento y de lenguas de fuego. Había en Jerusalén judíos de casi todos los países “y cada uno oía a los apóstoles hablar en su propia lengua”. Lo contrario a Babel. La venida del Espíritu, el amor personal del Padre y del Hijo, derramado en el corazón de los discípulos, permite el entendimiento incluso entre los más diversos. ¡Magnífica lección y profecía para nuestro mundo en que estamos llamados a convivir personas de distintas razas, culturas y creencias!

En Pentecostés se celebra el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Aunque es verdad que existen demasiados cristianos nominales u ocasionales, no es menos cierto que cada vez son más los miembros de nuestra Iglesia que se sienten corresponsables de la misión confiada por Cristo tanto en las tareas intraeclesiales como en el servicio al mundo.

Las distintas asociaciones y movimientos del Apostolado Seglar son un cauce privilegiado y eficaz para la formación, para la experiencia cristiana y para la acción. En tales asociaciones y movimientos se concentra ciertamente lo más granado, lo más consciente y lo más vivo de nuestra Iglesia. La comunión eclesial, presente y operante en la acción personal de cada cristiano, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los cristianos laicos. El apostolado asociado, en general, y la Acción Católica en particular son una eficaz forma de participación en la vida y misión de la Iglesia. Asociados, como las gotas de agua que se juntan, pueden convertirse en corrientes vivas de participación.

El cristiano, al prolongar la misión de Cristo, ha de hacer presente en el mundo el dinamismo del amor que nace de Dios Padre y de Cristo y que nos es comunicado por el don del Espíritu, para hacer de toda la humanidad la familia de Dios, una familia en la que no puede haber olvidados ni marginados.

Necesitamos más cristianos, niños-jóvenes-adultos, que, en grupos o en pequeñas comunidades vivas, sean levadura y sal para un mundo nuevo. Como lo fueron los discípulos, que, encendida el alma por el fuego de Pentecostés, alumbraron formas nuevas de vivir en una sociedad pagana y decadente.