+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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18 de mayo de 2013
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El Espíritu Santo es el gran regalo de Pascua, el fruto granado de la Pascua florida. Y del aliento del Espíritu nace la Iglesia, agraciada con los tres regalos de boda correspondientes con los tres grandes símbolos del Espíritu: la luz, el viento y el fuego. El Espíritu es luz de verdad, viento de libertad, fuego inextinguible de caridad. Sin el Espíritu, la Iglesia sería una simple institución humana, ni siquiera la más organizada y eficiente. El profeta Ezequiel, contemplando al Pueblo de Dios sin este soplo vivificante, lo asemeja a un montón de esqueletos. El Espíritu Santo fue para los discípulos aliento y vida sobre el desaliento y la muerte, libertad y alegría frente al sinsentido y el miedo.
Nuestro mundo está, en buena parte, construido sobre la mentira, el miedo y el egoísmo, lo contrario del Espíritu. Por eso, la desconfianza, el poner cerrojos en el corazón y en el alma. Por eso, la súbita irrupción de Jesús resucitado hace saltar las barreras y que renazca la alegría. Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. En el fondo sólo hay una misión, la que arranca del Padre, que es la de Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia.
“Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”. ¡El aliento vital! Es admirable que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el mundo mediante aquello que es expresión de vida, lo más común y fundamental: la respiración, el aliento.
En Pentecostés, la Iglesia toma el relevo para salir a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: “Yo estaré siempre con vosotros”.
Y el «vosotros» es ahora el cuerpo visible de Cristo: sus ojos, su corazón, sus manos, sus pies. “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro” gritaba san Pablo a aquellas comunidades que, como pequeñas lumbreras, iban extendiéndose por el mundo helenístico.
En el cuerpo cada miembro tiene su función, no es la misma la del ojo que la de la mano; pero no decimos que mi ojo ve o que mis pies caminan; sino yo veo, yo camino, porque cada miembro actúa por todos y todo el cuerpo actúa en cada miembro.
El gran signo de haber recibido el Espíritu no es el hablar lenguas o realizar prodigios. Es amar la unidad, mantenerse sólidamente unidos a la Iglesia y en la Iglesia.San Agustín lo expresaba así: “Cada uno posee tanto Espíritu Santo cuanto es su amor a la Iglesia”.
Pentecostés es la antítesis de Babel. La venida del Espíritu, el amor personal del Padre y del Hijo, derramado en el corazón de los discípulos, permite el entendimiento incluso entre los más diversos. ¡Magnífica lección y profecía para nuestro mundo, en que estamos llamados a convivir personas de distintas razas, culturas y creencias!
En Pentecostés se celebra el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Son muchos los miembros de nuestra Iglesia que se sienten corresponsables de la misión confiada por Cristo, tanto en las tareas intraeclesiales como en el servicio al mundo.
Las distintas asociaciones y movimientos del apostolado seglar son un cauce privilegiado y eficaz para la formación, para la experiencia cristiana y para la acción. En tales asociaciones y movimientos se concentra lo más granado, lo más consciente y lo más vivo de nuestra Iglesia. La comunión eclesial, presente y operante en la acción personal de cada cristiano, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los cristianos laicos. El apostolado asociado, en general, y la Acción Católica, en particular, son una eficaz forma de participación en la vida y misión de la Iglesia. Asociados, como las gotas de agua que se juntan, pueden convertirse en corrientes vivas de participación y de fecundidad.
Necesitamos más cristianos, niños-jóvenes-adultos, que, en grupos o en pequeñas comunidades vivas, sean levadura y sal para un mundo nuevo, como lo fueron los discípulos, que, encendidos por el fuego de Pentecostés, alumbraron formas nuevas de vivir en una sociedad pagana y decadente.