+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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23 de mayo de 2015
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“El primer día de la semana”. Los cristianos, desde ese primer día, no han cesado de reunirse domingo tras domingo. Este encuentro rítmico, cada siete días, va construyendo la Iglesia de ayer y de hoy. Son necesarios muchos domingos para hacer un cristiano. Acostumbrados a pensar la misa dominical en términos de obligación, nos cuesta descubrir que nos es tan necesaria como el respirar.
“Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Nuestro mundo está, en buena parte, construido sobre el miedo. El miedo no sólo había atrancado las puertas de la casa; había puesto cerrojos en el alma de los discípulos. Pero la súbita irrupción de Jesús hace saltar las barreras. “Les mostró las manos llagadas y el costado traspasado”. Y el encuentro les hace pasar del temor a la alegría: “Se llenaron de alegría al ver al Señor”.
“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”. Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”. No se trata de una empresa de publicidad bien montada. En el fondo sólo hay una misión, la que arranca del Padre, que es la de Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia: La Iglesia nace y renace siempre del soplo del Espíritu. Es simplemente genial que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el mundo mediante aquello que es más común y fundamental: la respiración, el aliento. .
Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia. Es el día en que ésta toma el relevo de Jesús y sale a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: «Yo estaré siempre con vosotros».
Y el «vosotros» es ahora el cuerpo de Cristo: sus ojos, su corazón, sus manos, sus pies. Es en el cuerpo animado por el Espíritu donde Jesús se hace visible, y a través del cual actúa y prolonga su misión a lo largo de la historia. “Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”, le gustaba decir a san Pablo cuando escribía o se encontraba ante aquellas comunidades que, como pequeñas lumbreras, iban extendiéndose por el mundo helenístico.
La Iglesia está llamada a ser como el rostro visible de Jesús. Los miembros lo son en la medida en que forman parte del cuerpo, participan de la vida del cuerpo y, cada uno según su función, colabora al bien de todo el cuerpo. Sólo un cuerpo sano, vivo y vigoroso, puede cumplir su misión en bien del mismo organismo y en bien de la sociedad humana. Porque, aunque cada miembro tenga su propia función -no es lo misma la función de ojo que la de la mano- cada uno complementa y sirve al bien de los demás.
En Pentecostés celebramos también el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Aunque es verdad que existen demasiados cristianos nominales u ocasionales, no es menos cierto que cada vez son más los miembros de nuestra Iglesia que se sienten corresponsables de la misión confiada por Cristo tanto en las tareas intraeclesiales como en el servicio al mundo. El apostolado asociado, en general, y la Acción Católica, en particular, son una eficaz forma de participación en la vida y misión de la Iglesia. Asociados, como las gotas de agua que se juntan, pueden convertirse en corrientes vivas de participación.
El lema de la Jornada del Apostolado Seglar de este año está en consonancia con el Sínodo de la familia: “Familia cristiana, apóstoles en el mundo”. Nos dicen los obispos de la Comisión de Apostolado Seglar: “También la familia debe tomar conciencia gozosa de su misión en la Iglesia. Esto conlleva alumbrar un cambio que permita trasformar la pasividad en protagonismo (cf. Relatio Synodi, 30). Ello pasa porque los cónyuges, y toda la familia, asuman la responsabilidad que les viene conferida por su pertenencia a la Iglesia a través del bautismo y concretada de una forma especial por la gracia sacramental del matrimonio”
Junto a los grandes problemas sociales que afectan a tantas familias (paro, vivienda, seguridad) «la familia atraviesa una crisis cultural profunda… La fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno» (Papa Francisco E.g.66).
Los obispos de la CEAS, siguiendo la estela de trabajo y reflexión a la que nos convocan los actuales Sínodos, animan “a redescubrir la gran fuerza evangelizadora que tiene la familia cristiana y a ponerla al servicio de la Iglesia y de la sociedad”.