+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

|

3 de junio de 2017

|

146

Visitas: 146

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]omo a la flor sigue el fruto, así a la Pascua florida sigue la Pascua granada. El Evangelio de Juan quiere ponerlo de relieve. Ya, en el primer encuentro del Resucitado con el grupo de los discípulos, en la tarde misma de Pascua, aparece Jesús alentado su Espíritu sobre ellos y enviándoles como continuadores de su misma misión. La Iglesia nació y sigue renaciendo del soplo del Espíritu. 

“Los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Los sucesos vividos el Viernes Santo dieron lugar a que se cerraran las puertas de la casa y a que se echaran cerrojos en el alma de los discípulos. La irrupción del Jesús resucitado y el don del Espíritu hicieron que unos hombres, muertos de miedo y a la defensiva, se llenaran de coraje, se olvidaran de sí y se entregaran en cuerpo y alma a anunciar a Cristo al mundo entero.

“Les mostró las manos llagadas y el costado traspasado”. En nuestra vida y en la de la Iglesia la irrupción pascual se produce, sobre todo, allí donde más vivas están las heridas y más señalados los estigmas de la crucifixión. Allí es posible descubrir la presencia del Espíritu y experimentar el milagro de pasar del temor a la alegría: “Se llenaron de alegría al ver al Señor”.

Los que estaban cerrados y asustados se convierten en “enviados”: “Como el Padre me envió, así os envío yo”. No se trata de una empresa de publicidad bien montada. En el fondo se trata de incorporarse a la única misión: la que arranca del Padre, que es la de Jesús, que se convierte en la misión de la Iglesia.

“Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo…”. ¡El aliento vital! Es admirable que se describa la presencia del Espíritu y su acción en el mundo mediante aquello que es expresión de vida, con lo más común y fundamental: la respiración, el aliento. El Espíritu es aliento en el desaliento, sentido en el sin-sentido, fortaleza frente al miedo.

Pentecostés es la gran fiesta de la Iglesia. Es el día en que ésta toma el relevo de Jesús y sale a las calles y plazas a seguir anunciando la Buena Nueva. Lo que no quiere decir que Jesús sea un ausente. Es precisamente en Pentecostés cuando Él inaugura una nueva forma de presencia: «Yo estaré siempre con vosotros«.

En la narración de Pentecostés, que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice que “quedaron llenos del Espíritu Santo”. Todos los que han tenido una experiencia fuerte del Espíritu Santo están de acuerdo en confirmar esto: El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios con un amor tiernísimo, infinito.

El Espíritu abre a la universalidad haciendo posible la unidad. El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea un admirable entendimiento y unidad. Con ello la Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés. En Babel todos hablan la misma lengua, pero no entendían al otro; en Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.

En Babel pretendían edificar una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, para hacerse famosos. Están animados por una voluntad de poder, buscan su gloria. En Pentecostés los apóstoles proclaman en cambio «las grandes obras de Dios». No buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello, todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido por la voluntad de servicio, la ley del egoísmo por la del amor ( R. Cantalamesa).  

El dia de Pentecostés celebramos la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. El apostolado asociado, en general, y la Acción Católica, en particular, son formas eficaces de participación en la vida y misión de la Iglesia. Los cristianos asociados se convierten, como las gotas de agua que se juntan, en corrientes vivas de participación y de misión.

“Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo” es el lema de la Jornada de este año. A los cristianos laicos corresponde de manera específica evangelizar y hacer presente el Reino de Dios en medio de las realidades temporales: en los campos de trabajo, de la cultura, de la familia, de la política….

También para la Misión Diocesana necesitamos, como aquellos primeros testigos, la experiencia transformante y transformadora de Pentecostés para salir luego a campo abierto, a los caminos y a las plazas, allí donde las personas viven sus angustias y sus gozos, a fin de ser portadores de esperanza y contribuir a transformar el corazón de los hombres, sus criterios y actitudes, así como las estructuras injustas, que tantas veces acaban estructurando la vida y el mismo corazón de los hombres.

Pentecostés dio lugar a que los discípulos, encendida el alma por el fuego del Espíritu, alumbraran formas nuevas y originales de vivir en medio de la sociedad judía o pagana de su tiempo.