José Javier Cano Serrano
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27 de julio de 2025
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Ya veíamos la semana pasada el diálogo entre Jesús, Marta y María, donde quedó claro la invitación a la escucha y la oración. En el Evangelio de hoy vemos como Jesús nos incide en la necesidad de pedir, y hacerlo de una manera insistente, o más bien constante. Podemos caer en la tentación de validar la oración en cuanto se cumpla o no lo pedido, como si solo dependiera de la voluntad de Dios. Pero nada más lejos: en el texto termina diciéndonos Jesús que Nuestro Padre nos dará su Espíritu Santo a quienes se lo pidamos.
Tenemos que tener en cuenta que la oración, ya sea de petición, de gracias, de alabanza, es ponernos en conversación con Dios y con nuestro interior, pero haciéndola nuestra (comprometiéndonos) con lo que pedimos, agradecemos y alabamos; no es ni más ni menos que unir nuestra humanidad a la divinidad de nuestro Dios en una íntima comunicación.
«…Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre…».
Pedid: estamos incompletos, siempre aprendiendo, creciendo en continua creación. Por esto, antes de pedir, tenemos que hacer un buen trabajo de autoconocimiento, empatizar con lo que pedimos.
Buscad: necesitamos confiar en Él, no por lo que nos concede, sí por lo que nos acompaña, identificándose siempre con nuestra humanidad. En la búsqueda está el aprendizaje; la búsqueda es el camino vital que nos lleva al encuentro con Él.
Llamad: al Dios que siempre tiene abierta la puerta, que nos acepta como somos, nos perdona y nos quiere. También nosotros podemos ser la respuesta a esa llamada. La comunidad cristiana, la Iglesia, ha de estar siempre abierta a tantas llamadas que hay en nuestro mundo, en nuestros pueblos, en nuestra sociedad, que por desgracia últimamente está muy necesitada de paz, igualdad, dignidad y honradez: «Señor, enséñanos a orar» y a estar.
Tenemos aquí, pues, una muestra más de la espiritualidad que es cristiana porque es la misma que Jesús vivía, y porque la vivimos poniendo en lo más alto de nuestras expectativas lo que sólo Dios nos puede dar. De nuestra parte queda pedir, buscar y llamar.