Manuel de Diego Martín

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30 de agosto de 2008

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Estos días estoy leyendo un libro sobre Teresa de Calcuta que me está gustando lo indecible. He descubierto en sus páginas que la razón fundamental y última que empujó a Teresa a dejar su congregación y el colegio de Loreto, que ella tanto quería, no fue tanto el ver a multitudes hambrientas o moribundos tirados por las calles, sino el dolor que le producía en su corazón el que muchos de estos pobres vivían y morían sin Dios, sin esperanza cristiana. Para ella esto era lo más terrible, no tanto la pobreza material cuanto la pobreza espiritual. Por eso el lema que acuñó era este: “llevar Dios a los pobres, y los pobres a Dios”. Así pues vemos cómo la pasión por Dios empujo a Teresa a acercarse a los más pobres del mundo para que tuvieran la fe en Dios nuestro Padre y también el pan de cada día.

Esta semana nos han llegado noticias, precisamente de la India, allá donde madre Teresa comenzó su obra de amor con las misioneras de la Caridad, que algunas religiosas europeas han sido quemadas vivas, y que centros de caridad llevados por las monjas de la beata Teresa, tan queridas en la India, han sido asaltados y expoliados por fundamentalistas musulmanes.

¿Quién es esta gente? Ellos dicen que son creyentes que se mueven por la pasión que sienten por Dios, por Alá único y misericordioso. ¿Pero es posible, es comprensible a mente humana, que la pasión por Dios les empuje a sembrar de odio y muerte todo lo que pillen por delante? Esto no es posible. Esto es inhumano.

Como tampoco es posible que una niña en Irak sea empujada a inmolarse cargada de bombas suicidas en un acto terrorista. Gracias al cielo, la niña tuvo reflejos para entregarse a la policía antes de perpetrar el acto criminal. Al Queda no puede justificar en el nombre del Dios Omnipotente utilizar a niños, ni a ningún otro ser humano, para llevar adelante la destrucción y la muerte.

Nosotros no conocemos otro Dios verdadero, que aquel que nos empuja a dar pan a los pobres. Este es el Dios de Teresa de Calcuta. El Dios de los fundamentalistas musulmanes, por mucha pasión que sientan por él, es una pasión inútil, es una quimera, porque ese dios al que adoran, no puede ser el Dios verdadero.