+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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16 de mayo de 2020

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Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaréporque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”(Mt 11,28)

La Jornada o Pascua del Enfermo de este año está enmarcada en una pandemia que está siendo fuente de un gran sufrimiento. En un momento tan doloroso como el que estamos viviendo por el COVID-19, esta invitación de Cristo de acudir a él en busca de esperanza, de consuelo y alivio, resuena con más fuerza para que profundicemos en el misterio de su persona y participemos de su Pascua, de su muerte y resurrección. De este modo, podremos acompañar a cuantos sufren por esta pandemia con la esperanza que procede de Cristo resucitado.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaréporque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. Estas palabras de Cristo con ocasión de la Jornada del Enfermo, nos “indican el camino misterioso de la gracia que se revela a los sencillos y que ofrece alivio a quienes están cansados y agobiados. Estas palabras expresan la solidaridad de Jesucristo ante una humanidad desconcertada y que está sufriendo mucho. ¡Cuántas personas padecen en el cuerpo y en el espíritu! Jesús nos dice a todos que acudamos a Él, prometiéndonos alivio y consuelo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaréporque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.

Estas palabras suponen un impulso a salir de nosotros mismos para acompañar a tantos como están sufriendo las consecuencias de esta pandemia. Tanto a los enfermos como a cuantos les cuidan en estos momentos de especial dificultad. Hemos de hacer memoria de nuestra esperanza para poder ofrecerla a nuestro mundo desesperanzado, especialmente a los que sufren. La fe, por a amor a Dios y a nuestro prójimo, nos mantienen el ánimo fuerte para poder afrontar desde la fe y la ayuda a los enfermos la realidad inesperada en la que nos encontramos.

En estos días hemos sido testigos de la necesidad que tenemos todos de ser cuidados, de tener a nuestro lado personas que nos acompañen, den cariño y nos curen, de la mutua dependencia, de la necesidad de ser acompañados, consolados y, si es posible, sanados. Con gozo podemos decir que en el camino de la enfermedad y, algunos, en el de su fallecimiento, han encontrado muchos y “buenos samaritanos”.

La transmisión del virus, además de la enfermedad y la muerte de tantas personas conocidas y queridas, ha traído también nuevas situaciones de pobreza como consecuencia de la pérdida de muchos puestos de trabajo. A nosotros nos toca también acompañar desde nuestra fe, como buenos samaritanos, esta otra soledad, no menos dolorosa.

Mucho ánimo y muchas gracias sacerdotes, diáconos, voluntarios, agentes y equipos parroquiales de la Pastoral de la Salud, que contribuís con vuestra misión a que el Señor, a través de vosotros, continúe acogiendo y aliviando a tantos enfermos, cansados y agobiados que existen en nuestro entorno familiar, parroquial y lugares donde vivimos. Gracias a todos por vuestro generoso servicio y que el Señor Jesús os fortalezca y sea vuestro firme apoyo para seguir en este camino de caridad y servicio.