Juan Iniesta Sáez

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29 de octubre de 2022

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Dice el evangelio de este domingo de Zaqueo que “era pequeño de estatura”, lo que le impedía ver a Jesús, que estaba pasando por su ciudad de Jericó. Seguramente todo un acontecimiento que él no se quería perder a pesar de sus dificultades. Por ello tuvo que subirse a un sicomoro. De repente, se convirtió en un gigante en cuanto a estatura, pero le falta crecer en la respuesta moral al acontecimiento de su vida: el encuentro con Cristo Salvador. 

Atribuyen a Isaac Newton una frase que, por extensión, a los científicos contemporáneos les gusta aplicarse, y que señala que el progreso tecnológico que se está alcanzando es tal porque «somos enanos subidos a hombros de gigantes». 

Zaqueo hace una cosa muy buena al inicio de su relación con Jesucristo: sabe reconocer sus cualidades, cuáles son sus defectos y también sus fuertes para ofrecerse a participar en la edificación del Reino de Dios. Asume con sencillez su pequeñez, y a la vez acoge con agrado el reto que le plantea el propio Jesús cuando le dice «baja, porque ES NECESARIO que hoy me quede en tu casa».

Cabría preguntarnos: ¿necesario para quién? Obviamente, el que sale reforzado, renacido por el encuentro con Cristo es aquel que experimenta ese encuentro sanador y revitalizador, sea Zaqueo, o seamos cualquiera de nosotros. A Dios, lo único que podemos aportarle, desde nuestra pequeñez, es la alegría de permitirle que nos cambie la vida. ¡Que no es poco! Le permitimos que nos haga gigantes. Le permitimos que pueda contar con una legión de gigantes con los que cambiar el mundo, transformar la realidad más cotidiana, y convertirla en ese pedazo de cielo que anticipa la promesa del Padre. 

Nos reconocemos gente menuda, sí, pero subidos a hombros de un gigante, del gigante que es Jesucristo, y que en esa unión que establecemos llegamos a ser, no por nuestras débiles fuerzas sino por gracia de Dios, otros cristos en la tierra. Una Iglesia de gigantes llamados a auxiliar, a corregir, a fortalecer, a santificar… A extender, en definitiva, la labor de Aquél que nos es necesario, para que «sea la salvación para esta casa» que habitamos todos.

Juan Iniesta Sáez 
Vicario Episcopal de La Sierra