Natalia Cantos Padilla
|
3 de septiembre de 2022
|
44
Visitas: 44
Vivimos en una sociedad en la que son muy habituales los fenómenos de masas. Desde acontecimientos como el fútbol o la música, que son capaces de concentrar a infinidad de personas, a situaciones más modestas como lo pueden ser algunas cuentas de YouTube, de Instagram u otras plataformas similares en las que no pocos son los que pueden presumir de una buena cuota de suscripción. En estos soportes cualquiera de nosotros puede jugar a competir por tener seguidores con cualquier excusa: recetas de cocina, bricolaje, humor, etcétera. Cada vez hay más aplicaciones que permiten este tipo de relaciones, incluso nuestro perfil o estado de WhatsApp puede ser una oportunidad para llamar la atención sobre otras personas. En él publicamos fotos o vídeos de nuestra familia o amigos, nuestras mascotas, nuestras comidas o viajes, algunas veces sin mucho pudor. Pareciera que todos nos sentimos tentados por sentar escuela en algún aspecto y los grandes medios de comunicación de masas hoy nos lo ponen en bandeja.
Este tipo de seguimiento es casi siempre puntual, ahora estamos interesados en la psicología o los idiomas y mañana queremos saberlo todo sobre la acuarela o la restauración de muebles. Son seguimientos que satisfacen en gran medida una curiosidad momentánea de la cual queremos sacar algún provecho. Y es lógico porque todos estamos abiertos a aprender muchas cosas y estas vías son muy útiles para eso, sin tener en cuenta que no siempre estos canales enseñan cosas útiles o son del todo fiables, a quién no le ha ocurrido en dudas sobre salud, por ejemplo, que busques lo que busques sobre una dolencia siempre acabas encontrando la palabra cáncer.
El evangelio de este domingo empieza por informarnos de que mucha gente seguía a Jesús, entonces sin necesidad de redes sociales. El texto viene precedido en Lucas por la “parábola de la gran cena” en la que Jesús había hecho una llamada masiva para entrar en el banquete del Señor a todo el mundo, empezando por los pobres y lisiados y terminando por cualquiera que circulara por los caminos, porque los primeros en ser “invitados” a esa cena, refiriéndose aquí a los judíos, habían declinado la invitación con miles de excusas que podrían ser perfectamente razonables para el hombre de hoy: el trabajo, la familia, etc. Oyendo estas enseñanzas, muchos se habían animado a acompañarle porque su mensaje era impactante y revolucionario, el último en este mundo es el primero para Dios.
Viendo el gentío, Jesús quiere dejar claro que el seguimiento que necesita no es puntual, no puede ser una curiosidad de la que nos cansamos, no puede ser para ciertas circunstancias o escenarios, sino para siempre y en todo momento, porque seguir a Jesús es una posición desde la que se vive y debe estar por encima de cualquier cosa, incluso la familia o uno mismo. Y aquí la cosa se va complicando porque ser cristiano de esta forma es peligroso, te enfrenta en muchas ocasiones con la sociedad en la que vives y puedes sufrir su incomprensión o incluso su persecución.
Vivimos en la sociedad del bienestar y no estamos acostumbrados a lo adverso, al sufrimiento, éste se suele ocultar en “aparcaderos” para que no interrumpa la circulación. Pero la vida real no es como los perfiles de WhatsApp, a veces estamos feos, enfermos o sin trabajo, a veces tenemos problemas. El mensaje final de Jesús, si se contempla desde su contexto, el viaje de éste a Jerusalén donde morirá en una cruz, constituye un claro reto para todo el que quiera seguirle: “calcula los gastos” y mira a ver si tienes para terminar esta obra, pero ten en cuenta que se te pedirá todo lo que tienes; “mide tus fuerzas”, pero ten presente que te atacarán con el doble de tus defensas; y si te has decidido finalmente, deshazte de todo lo material, ve ligero de equipaje, porque cualquier apego que no consista en estar “loco» por Jesús será un lastre para el camino.
Natalia Cantos Padilla
Licenciada en Teología