Manuel de Diego Martín
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18 de febrero de 2012
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Por los años setenta, un sacerdote de la diócesis de Albacete tuvo que sufrir ciertos problemas, ante la coincidencia de un viaje que hizo a Alemania, precisamente en un momento en que se celebraba en aquel país la famosa reunión llamada el “Contubernio de Munich”. Los que le tenían ganas encontraron una buena baza parta atacarle sin piedad de que estaba con aquellos grupos que buscaban la manera de cambiar el régimen franquista. Lo que le costó al pobre cura defenderse ante sus detractores de que él no tenía nada que ver con aquella reunión.
Ahora cuarenta años después, vemos cómo a la Iglesia, a la Conferencia Episcopal, se les acusa de que en la nueva Reforma Laboral están al lado de la clase patronal y de las derechas para hacer daño a la clase trabajadora, dicho de otra manera para perjudicar a los pobres. ¡Qué cosas tiene uno que oír y aquí no pasa nada! Con tal de hacer daño a la Iglesia, hay gente que es capaz de inventarse lo que sea.
No perdamos la cabeza. La Iglesia, la Conferencia Episcopal tiene muy claro cuál es su lugar. Siguiendo la doctrina del Vaticano II sabe muy bien que ella no está ni con las derechas ni con las izquierdas. Ella está allí donde esté el hombre, siempre a su favor, sin importarle el lugar donde se encuentre. La Iglesia está a favor de la vida, de la familia, a favor de los derechos humanos, de la libertad religiosa y de conciencia. Si tuviéramos que decir que está preferentemente con algunos, diríamos que está con los más pobres, los desfavorecidos, con los que viven sin esperanza.
En esta hora de crisis que no cesa, en la que los sufrimientos se multiplican por doquier, la Iglesia es la institución que más se significa por estar al lado de los empobrecidos. Ella es también la institución abierta a los cinco continentes para llevar a todos esperanza. Se necesita mucha ceguera para no quererlo ver. Así pues no importa lo que digan, lo que tiene que importarnos, a los que nos sentimos discípulos de Jesús, es ser cada día más fieles a su evangelio. Si dicen, que digan. Recordemos aquello del Quijote: “ladran, luego cabalgamos”.