Manuel de Diego Martín

|

16 de abril de 2011

|

186

Visitas: 186

Se nota en el ambiente que estamos en tiempo de elecciones. Hay como un rabioso tirar de unos contra otros, de descalificar, insultar, de repetir una y mil veces “y vosotros más” se entiende en lo malo. Y cuando alguien expresa un cierto malestar, abatimiento, tristeza ante un panorama tan lamentable, da la impresión de que todo se justifica, perdona, diciendo: “estamos en tiempo de elecciones”. Hay cosas que no debieran darse nunca, comportamientos que nunca son de recibo, tampoco en tiempo de elecciones.

Hoy vamos a leer la Pasión de Jesús. Vamos a vivir unas elecciones primarias entre Jesús y Barrabás. Este era un ladrón y un homicida muy conocido. Jesús era un hombre bueno, como decía la gente de Él, todo lo hacía bien, nadie hablaba con tanta autoridad, dignidad y verdad como este hombre. Pero a los poderes fácticos les interesaba muy mucho que ganase Barrabás y perdiese Jesús. Y empezaron los jefes del pueblo a manipular la opinión pública de tal manera que al final consiguieron que Barrabás fuera indultado y Jesús llevado al Calvario para ejecutarlo con una muerte de cruz. ¡Qué elecciones más sucias fueron aquellas! ¡Jamás llegó la manipulación del pueblo a una vileza tan grande! Escuchar al pueblo pidiendo el indulto de Barrabás ante el Procurador Pilato, fue de una indignidad tan grande que jamás los tiempos vieron. Hoy hay gentes que se estremecen de ver sueltos por la calle a ciertos etarras que hicieron tantos crímenes. Esto lo han determinado los jueces y sus razones tendrán. Creo que lo de Jesús fue más ignominioso, porque el grito salía del mismo pueblo, un pueblo engañado.

El otro día asistí a unas elecciones superlimpias en un Monasterio de clausura de la Diócesis. Se trataba de elegir nueva Priora. Después de rezar mucho, de pedir al Señor que les diese luz para saber elegir a la mejor, cada quien depositó con toda libertad su voto secreto en la urna con el nombre de la nueva priora. Al fin salió la elegida. Llegó el momento de que aceptase la elección y de ponerse a disposición de todas. Después viene el acto de prestar obediencia a la nueva superiora. Todas, las que la votaron, como las que no, le dieron un abrazo tan fraterno, tan cariñoso, que a mí que observaba la escena, me impresionó vivamente.

¡Qué bien si todas las elecciones pudieran ser tan limpias, tan respetuosas, y la aceptación de los resultados tan entrañable, como las de este Monasterio!