+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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12 de septiembre de 2008
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Queridos hermanos: presbíteros:
Querido familiares y amigos de de Salvador:
Querido Salvador:
Acabado tu periodo de formación y estudios, y sin dejar tus compresos apostólicos, te diste un tiempo de reflexión, que te ha servido para madurar tu vocación al ministerio presbiteral. Tras un tiempo de ejercicio del diaconado, has pedido libremente ser ordenado presbítero con el convencimiento gozoso de que es lo que el Señor quiere de ti. ¡Enhorabuena!
Ya ves qué bien acompañado estás. Un número importante de sacerdotes, a los que también yo agradezco su presencia, han querido no faltar a esta cita para imponerte las manos y acogerte en el presbiterio con un abrazo fraterno. Te acompañan tu padre, tus hermanos y demás familiares. Te acompaña también desde la casa del Padre tu buena madre. Seguro que ella ha tenido mucho que ver en todo esto. Y te acompañan muchos amigos y paisanos de Villarrobledo y de otros lugares. Todos compartimos tu alegría y te acompañamos con nuestra oración. Te acompaña la Sma. Virgen, a la que aprendiste a querer en la imagen de la Caridad que, desde niños, todos los villarrobedenses lleváis grabada en la retina del corazón. Y te acompañará, sobre todo, el Espíritu Santo, que por mi ministerio te ungirá como ungió a Jesús. Tú también podrías repetir con toda verdad, al término de esta celebración, las palabras de Jesús: “Es Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los Pobres”.
Es el Espíritu el que te a configurará con Cristo para que, sin dejar de ser hermano con los hermanos, seas hermano para los hermanos, signo y sacramento viviente de Cristo Pastor, Esposo y Guía de su pueblo. No vas a suplantar a Cristo, vas a hacerle presente a Él, que es la cabeza, sobre su cuerpo que es la Iglesia. O mejor dicho: Él se va a hacer presente a través de tu persona. Ejercerás mejor la autoridad en la media en que sepas ser más obediente a Él: serás mejor maestro en la medida en que sea mejor discípulo: colaborarás más eficazmente con él en la santificación de tus hermanos en la media en que tú mismo te dejes santificar por El, celebrarás mejor la Eucaristía en la media en que intentes que tu vida sea ofrenda y Eucaristía, ofrecerás con más alegría y comprensión el perdón de Dios a tus hermanos en la medida en que tu mismo te sientas pecador y experimentes la misericordia de Dios a través del ministerio de la reconciliación de tus hermanos presbíteros, serás mejor artífice de comunión en la medida en que tú seas hombre de comunión. Ese es el camino par que la autoridad no degenere en poder o autoritarismo, para que el ministerio no te separe sino que te vincule a la comunidad.
La oración, la escucha y asimilación de la Palabra de Dios, la celebración eucarística, el amor a la Iglesia, la comunión con tu Obispo y con el presbiterio, el compartir los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres son los medios irrenunciables para encarnar en tus entrañas las entrañas del Buen Pastor, el Pastor de ojos grandes, atento a todo y a todos, como le vio Hermas ya en los primeros tiempos de la Iglesia. Así ejercerás con fidelidad y lealtad este misterio, que Juan Pablo II definía como “don y misterio “.
Has elegido para esta celebración unos textos significativos de la Palabra de Dios.
Un texto del evangelio, que nos presenta a Jesús inmediatamente después de la multiplicación del pan, instando a los discípulos a subir a la barca y hacerse a la mar mientras él despide a la gente, y, luego, al caer la tarde, retirándose al monte a orar, seguramente .para reafirmarse en el camino que el Padre le había marcado, frente a un posible mesianismo temporal y exitoso que le tentaba y con el que le tentaban.
Luego, en otro plano, vemos a los discípulos ya de madrugada atemorizados por las olas y el viento contrario. El evangelista ha echado mano del recuerdo de aquella noche porque seguramente necesitaba iluminar la propia situación de la Iglesia cuando se escribía el evangelio. Jesús no estaba ya en esta tierra y la barca de la Iglesia, que hacía su singladura, con Pedro a la cabeza, por el gran mar de la historia, apenas iniciado el camino había empezado a ver cómo aumentaba el oleaje de la persecución, a sentir la fuerza de los vientos contrarios y el miedo. Primero en Jerusalén y luego otras olas más amenazadoras: Nerón comenzaba por entonces sus sangrientas persecuciones en Roma. Leemos en la primera carta de Pedro: “Queridos: No os sorprendáis del incendio de la persecución resistid firmes en la fe, como vuestros hermanaos, que, dispersos por el mundo, soportan los mismos sufrimientos que vosotros”.
Intentaba seguramente el evangelista fortalecer a las comunidades en la fe con la certeza de que el Maestro, había resucitado, señor de los vientos y las olas, que no les dejaba solos. Los Santos Padres ponían de relieve una coincidencia: Que la cuarta vigilia, la madrugada, cuando Jesús viene caminando sobre la aguas, es la misma hora de la resurrección. Sólo una cosa es necesaria: no perder la confianza ni el ánimo en la dificultad. Sólo quien vacila en la fe, quien se apoya en los propios medios, se hunde.
Han cambiado el escenario, las dimensiones del lago y de la barca; el lago es la tierra entere, la barca es la iglesia extendida por todo el mundo, pero las pruebas son parecidas e igual ha de ser la respuesta. Con la confianza firme en el Señor serás hasta capaz de caminar, querido Salvador, con el viento en contra y sobre las olas de las dificultades. Sólo apoyado en El podrás segur anunciando confesando y proclamando desde esta barca de nuestra Iglesia: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Es lo que ya decía a principios del siglo II antes de Cristo aquel piadoso buscador de la sabiduría que fue Jesús ben Sirá, el autor del Eclesiástico, al que hemos escuchado en la primera lectura. Una situación en que el Pueblo de Dios ha perdido la independencia, política y se sentía la presión del helenismo con su nueva concepción del hombre y del mundo. Unos años más tarde se desencadenará la persecución de Antioco Epífanes. Decía el piadoso judío: “Hijo, si llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Adhiérete a él, no te separes. En los reveses sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro. Confíate a él, y él, a su vez, te cuidará .Así alcanzarás contento eterno y misericordia”.
A todos, laicos o sacerdotes, nos gustaría tener seguridad, contar con tierra firme sobre los pies a la hora de emprender una obra importante o de programara el futuro. Los seguros pueden cubrir la enfermedad, la vejez, el paro o el accidente de automóvil, pero no se puede asegurar todo. No existe una póliza para garantizar la fidelidad sacerdotal o matrimonial, para la felicidad, para la amistad, para todo aquello que nos hace realmente felices”. ¿En qué apoyarse para garantizar todo eso?
Los salmos, todo el Antiguo Testamento, repiten incesantemente: “El Señor es mi roca, mi fuerza y salvación”. Sobre la firmeza de este convencimiento se apoyaron los israelitas fieles, a pesar de que su historia estuviera plagada de inseguridades, de persecuciones y guerras, de exilios y ocupaciones. Y en la confianza inquebrantable en Dios se apoyaron los santos para sus aventuras espirituales y sus admirables gestas de entrega y de servicio. “Aunque me cubra la tiniebla y la noche se ciña en torno a mí, ni la tiniebla es tenebrosa para ti, mi Dios, y la noche es luminosa como el día” hemos proclamado en el salmo inter-leccional.
La segunda lectura, que has elegido es de la Carta a los Efesios. Según muchos sería una meditación escrita por Pablo durante su cautiverio en Roma.Habla del Evangelio, del cual quiere ser “embajador entre cadenas”. Sintetiza todo el plan amoroso de Dios, que nos destinó desde antes de la creación del mundo para vivir en comunión con él en el amor, para hacernos hijos en el Hijo. En el Hijo tenemos la redención, el perdón de los pecados, la revelación del proyecto que busca que todo, lo visible y lo invisible tenga a Cristo por cabeza: “En Él también vosotros, tras haber conocido la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, fuisteis sellado con el Espíritu Santo Prometido, que es prenda y garantía de nuestra herencia, para la redención del Pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria”.
De este evangelio, querido Salvador; vas a ser constituido, siguiendo la terminología que Pablo se aplica a sí mimo “heraldo (anunciador), apóstol y maestro de los gentiles en la fe y en la verdad”.
La respuesta a esta encomienda tiene que ser el eje central y unificador de toda tu vida. Todos los días y en todas partes llevarás encima esta representación del Señor, esta urgencia de hacer brillar en nuestro mundo la gloria de Dios, su belleza, que se refleja en el rostro de Cristo. Es una misión totalizante y totalizadora, no admite descansos, ni vacaciones, ni excepciones. En esta línea hay que entender el celibato, la pobreza y la obediencia: Renuncias a formar una familia propia para dedicarte en cuerpo y alma a formar la familia de los hijos de Dios.
Quiero expresar mi agradecimiento y felicitación a tu buena familia; a tu parroquia y párrocos que te han ayudado acrecer en la fe, al seminario y formadores, a la parroquia de la Asunción de Albacete, a sus sacerdotes y fieles que te han acogido con tanto cariño en el último año, a las parroquias de Villarrobledo. Permíteme que te agradezca públicamente la ayuda y compañía que, en nuestras correrías por la Diócesis me has prestado a mí personalmente.
Me decían que hace hoy cuatro años, a esta misma hora, recibían aquí mismo la ordenación sacerdotal cuatro hermanos que hoy te van a imponer las manos: Amando Hergueta, José Javier Alejo, Paco Callejas y Miguel Brazales, que decidió entregar su vida al Señor y a la Iglesia tras el fallecimiento de su buena esposa. Nunca es tarde cuando la dicha es buena. Ejemplares sacerdotes todos ellos. ¡Enhorabuena por vuestro aniversario! Una ordenación así de numerosa no se ha vuelto a repetir en la Diócesis. Orad cada día por las vocaciones. Quiera Dios que pueblos como Villarrobledo que han sido viveros fecundos de vocaciones lo sigan siendo. Es cuestión de confianza en el Señor y de generosidad.
No temas, querido Salvador. La Iglesia peregrina invita a la Iglesia triunfante de los santos, a la Santísima Virgen, a unirse a nuestra oración por ti, que, postrado en tierra, en el gesto más humilde, depositas tu confianza en el Señor que va a ungirte y a configurarte misteriosamente con Él por la unción del Espíritu que vas a recibir por la imposición de mis manos y de los hermanos presbíteros, unida a la oración consecratoria. Deja que resuenen en tu corazón como el más dulce madrigal las palabras de Jesús: “Ya no te llamo siervo, sino amigo, porque todo lo que recibido de mi Padre te lo he dado a conocer” para que seas “heraldo, apóstol y maestro”, las tres palabras con que Pablo resumía de manera insuperable su misión apostólica.
Parroquia de San Blas, Villarrobledo.
Ecco, 2,1-11; Ef.1,3-14; Mt. 14,22-23