Manuel de Diego Martín

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22 de febrero de 2014

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Recuerdo de chico cómo en el Seminario menor un P. Jesuita nos dio unos ejercicios espirituales en los que utilizaba muchos versos para hablarnos de los diferentes temas. No olvidaré aquellos que hacían referencia a la oración cuando nos decía: “El alma sin oración es como el huerto sin agua, como sin fuego la fragua, como nave sin timón”. Es verdad, a veces sentimos cómo la vida se nos escapa sin frescura en una sequía continuada; otras veces nos vemos como apagados, sin fuego; lo peor de todo cuando nos sentimos como naves sin timón. Nos arrastra la corriente de la opinión, hacemos lo que todo el mundo hace, de alguna manera vivimos, pero sin vivir nosotros mismos.

A finales de octubre llegaron desde Madrid a nuestra ciudad un grupo de monitores guías, formados por el P. Larrañaga, fundador de los “Talleres de oración y vida” con la intención de enseñarnos a orar y por consiguiente a ayudarnos a vivir de otra manera. Este religioso es conocido en todo el mundo por sus libros y conferencias y está haciendo mucho bien entre las gentes. Precisamente cuando llegaban acá sus talleristas, fallecía en Méjico. Pensando de quien venía todo esto y que tenía que ser bueno, me apunté al curso.

El sábado pasado terminamos las sesiones con un retiro de cinco horas en silencio. Tengo que reconocer que me han hecho mucho bien. No es que me hayan enseñado cosas nuevas, sino recordar lo que sabía. Pero el ambiente del grupo, los textos bíblicos escogidos para iluminar cada tema, las canciones y oraciones recitadas por todos para acompañar a las reflexiones y los mensajes de cada día del P. Larrañaga con su voz de trueno, que me hacía recordar al Bautista, hacían mella en mi interior.

¿Y qué temas hemos desarrollado? Pues los de siempre: que Dios es amor y misericordia, que el amor de Jesús hacia nosotros le llevó hasta una muerte de cruz, que debemos vaciarnos de nosotros mismos para que el Señor pueda entrar en nuestro corazón, que debemos amar a todos, a los más pobres, a nuestros enemigos, que estamos llamados a llevar el evangelio a todos los ambientes… Eran los temas de siempre pero vivenciados de una manera especial. Escuchando el fervor y la pasión de Larrañaga invitándonos a la conversión, más de una vez sentí decirme a mí mismo aquello de Lope de Vega: “loco debo de ser pues no soy santo”.