+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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30 de abril de 2020

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La narración del texto sagrado nos habla de Samuel, de un joven al que sus padres consideraban como un regalo de Dios, porque había nacido cuando ellos eran ya muy mayores, y que ofrecieron para el servicio de Dios en el templo de Jerusalén. Allí se encontraba ayudando al anciano sacerdote Elí, acostado en el lugar donde se encontraba el Arca de Dios, un lugar sagrado. Tres veces oyó la voz de Dios: “Samuel, Samuel”. Este respondió: “Aquí estoy”. Corrió adonde estaba Elí y dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”. Elí le dijo: “No te he llamado, hijo mío, vuelve a acostarte”. El Señor volvió a llamar a Samuel y sucedió lo mismo. Comprendió entonces Elí que era el Dios el que llamaba al joven y dijo a Samuel: “Ve a acostarte. Y si vuelves a oir la llamada dí”: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Samuel recibió una nueva llamada y esta fue su respuesta: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Cuando Samuel oye la llamada, no comprende que es Dios quién lo llama, y piensa que Elí lo necesita. Tampoco Elí se da cuenta al principio. Dios llama por su nombre a quien quiere, insiste en la llamada y tiene una paciencia infinita. La actuación de Elí es lo que hoy llamamos «acompañamiento vocacional»: “Si vuelves a oír esa voz, responde: Aquí estoy, habla Señor, que tu siervo escucha” No es fácil discernir cuál es la llamada de Dios sobre nuestras vidas. La sabiduría de otros cristianos (sacerdotes, educadores, jóvenes, …) con experiencia pueden ayudarnos a escuchar mejor. 

Es comprensible que la respuesta de Samuel fuese una especie de oración: “Dios, tú me llamas por mi nombre, me llamas una y otra vez, a tiempo y a destiempo, con infinita paciencia y cariño. Tú pones en mi camino personas sabias que me apoyan y me ayudan a escucharte. Gracias, “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

¿Qué otras enseñanzas me ofrece a mí este texto?

El Señor se hace presente en el silencio y en “el espacio sagrado”. La presencia del Señor es callada, humilde y cálida, como una lámpara encendida. Necesitamos de espacios sagrados, son muy importantes para percibir la presencia de Dios. Hay que buscarlos. 

Hasta tres veces llamó Dios a Samuel. Se trata de una llamada insistente durante un largo proceso. Esta reiteración también quiere decir que la llamada es de verdad, así como también es sincera la disponibilidad del que la escucha. A la tercera Elí entiende que es el Dios quien llama a Samuel, y así se lo transmite. 

El texto, a través de la actuación de Elí, nos hace caer en la cuenta de otras tres cosas: Primera, Elí no se precipita en el discernimiento, no piensa enseguida que Dios llama al joven. Espera y hace esperar. Sólo ante la insistencia comprende que es Dios quien habla. Segunda, da a Samuel un consejo aparentemente sencillo: “Responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Se supone que Elí tenía experiencia de la llamada de Dios, y de ante ella hay que presenter una actitud de disponibilidad sincera. Y, tercera: Elí demuestra con su consejo una gran disponibilidad: el joven es del Señor, tiene que estar a su servicio, y no al de su anciano maestro. Este tan solo tiene que proporcionarle un medio para discernir la llamada de Dios.

En mi vida como cristiano, ¿No tendría que estar más atento a la presencia de Dios en mi vida y a su Palabra? ¿Tengo suficiente disponibilidad para ponerme en un camino de escucha? ¿Procuro encontrar y dedicar espacios y tiempos sagrados frecuentemente con el Señor? ¿Qué llamadas de Dios resuenan en este momento en mi vida? ¿Cómo las recibo? ¿Qué personas conozco que puedan ayudarme en el proceso de respuesta a su llamada? ¿No tendría que repetir a menudo las palabras del “maestro”: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”?