Carmelo Molina Jiménez

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15 de octubre de 2022

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San Lucas es el evangelista que más veces presenta a Jesús orando e invitando a poner en práctica la oración (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,28-29; 11, 1-13; 22,32; 22,39-46; 23,46) y en este pasaje de hoy de la parábola de la viuda y el juez injusto, Jesús nos exhorta a orar siempre y sin desfallecer. Por una parte, nos presenta la necesidad y la fuerza de la oración perseverante y por otra parte el actuar de Dios “os digo que les hará justicia sin tardar”, y es que Dios siempre está atento a nuestras suplicas “Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí, el día que lo invoco” (salmo 114). Tenemos que preguntarnos, ¿Somos personas de oración?, ¿Oramos siempre en todo tiempo y lugar, o solo cuando nos encontramos ante la adversidad y cuando nos sobra tiempo?, ¿Qué es orar para nosotros?, ¿Cómo oramos? ¿Nos limitamos a repetir rezos constantemente y de memoria, o nos dirigimos a Dios como un hijo que habla con su padre, con humildad, sin exigencias, teniendo un momento de silencio para dejar que Él nos hable y penetre su palabra en nuestro corazón? “Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán escuchados” (Mt 6,7). Hay que hablar con Dios con humildad, con fe y esperanza, pero también con el silencio para que Él nos hable, poder escucharlo, ver lo que realmente quiere que hagamos, ponernos a su disposición, dejar que su palabra penetre en nuestro corazón que tiene que estar con las puertas abiertas a Jesús, “si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón” (Salmos 94,7).

  La oración tiene que ser perseverante e insistente como la viuda que no se desanima nunca. Tiene que ser también paciente, con la voluntad de la acción de Cristo “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). Dios sabe lo que necesitamos antes que nosotros se lo pidamos.  El cristiano se tiene que comprometer con lo que ora y pide. Si pedimos para que la Iglesia siga proclamando el evangelio en el mundo sin desfallecer siendo fieles a Jesús, nosotros tenemos que ser los primeros en proclamarlo. Si pedimos por la paz en el mundo y que cese la guerra, especialmente en Ucrania donde mueren tantas personas inocentes, nosotros tenemos que ser constructores de paz, trabajar por ella en el ámbito de la familia, en el trabajo, con los vecinos, en definitiva; en nuestra relación con los demás. Tenemos que ser coherentes con lo que oramos.

  Orando podemos fortalecer la fe, debemos hablar con Dios porque eso es señal de fe. Si una persona reza fortalece su alma, su espíritu, es como alimento para el cristiano. Cuando alimentamos la fe, eso se nota en nuestros hechos, en nuestras palabras y pensamientos. Orando podemos ser fieles al proyecto de Dios para que Él entre en nuestras vidas dándonos la fuerza suficiente para ser constantes y no desfallezcamos ante tantas injusticias que padece el mundo.

  No exijamos a Dios nada, démosle gracias, alabémoslo, Él sabe en cada momento lo que tiene que hacer, se toma su tiempo y hace las cosas a su manera, su actuar es distinto al nuestro. “No te aflijas si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es Él quién quiere hacerte más todavía mediante la perseverancia en permanecer con Él en oración “(san Agustín). Oremos para aprender a mirar con los ojos de Dios y transformar el mundo para bien. 

Carmelo Molina Jiménez
Graduado en Ciencias Religiosas