Manuel de Diego Martín

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10 de marzo de 2012

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El jueves pasado celebrábamos la fiesta de S. Juan de Dios, ese gigante de la caridad cristiana. Este hombre nacido en Portugal, pero afincado en Granada, llevó una vida joven un poco loca como militar, pero un día la gracia de Dios lo tocó a la manera de S. Pablo y lo convirtió en un hombre nuevo. Juan sintió que ya no podía hacer en la vida otra cosa que  ayudar a los pobres y enfermos.

Con un grupo de compañeros fundó un hospital en Granada y con ellos nace la Obra Hospitalaria de S. Juan de Dios. El nos cuenta como era ese hospital a la que llama la casa de Dios. Como la ciudad es grande y fría, aquí llegan, dice, toda clase de enfermos: tullidos, mancos, leprosos, mudos, tiñosos, paralíticos. También llegan peregrinos y viandantes a los que se les da fuego, agua, sal, vasijas, y todo lo necesario para que puedan guisar y comer. Para todo estos no hay rentas, pero Jesucristo lo provee todo.

Quinientos años después, a pesar del gigantesco desarrollo de la época moderna, todavía quedan en nuestras ciudades, grandes y frías, gentes que están por ahí durmiendo en cajeros, en casas derruidas, al abrigo de porches. Gracias a Jesucristo, por la mano de la Institución Benéfica del Corazón de Jesús, las gentes pueden encontrar comida. Pero no tienen alojamiento por la noche. Tendría que volver S. Juan de Dios para que nos diga qué podemos hacer con esta gente para que encuentren una casa grande como la que el ofrecía. Él nos dice que no tenía medios ni rentas. Aún con la crisis, yo creo que tenemos hoy más medios y más rentas.

A pesar de todo vamos a ver las cosas hermosas que se hace con  gente que duerme como puede. Caritas diocesana, con sus voluntarios, ahora se ha sumado también Cruz Roja, ha puesto en marcha una operación llamada “Café calor” que consiste en llevar por las noches a los sin techo un café con leche, unas magdalenas, y sobre todo el calor humano y cristiano, poder charlar un ratito con cada uno de ellos. Esta pobre gente a veces en todo el día no habla con nadie sino es con su perrillo. Gracias, Señor, por esta acción de amor puesta en marcha por Caritas diocesana.

Me queda una duda. Cuando S. Juan de Dios contemple estas acciones nuestras tal vez se quedará con una carita un poco congelada esbozando una sonrisa un poco triste mientras nos dice: “hermanos míos, con menos medios hacíamos nosotros un poco más que eso”.