Francisco San José

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30 de abril de 2022

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La liturgia del tiempo pascual es de una exuberancia desbordante. Se presta a fijar la atención en múltiples aspectos. Un comentario homilético, por exigencia pastoral, se concentra en uno de ellos. 

El Evangelio de este tercer domingo de Pascua narra el encuentro de Jesús Resucitado con los apóstoles que están en la faena de pescar en el mar de Galilea. Jesús tiene el detalle de prepararles el almuerzo, pero el momento esencial es el “diálogo que Jesús mantiene con Pedro”.

Es como la investidura de Pedro para ser pastor de la Iglesia, previo un “examen de amor”.  “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” – La contestación de Pedro, sincera y humilde es: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Y la respuesta de Jesús es: “Apacienta mis corderos”.

Detalle interesante es lo que dice el evangelista Juan: Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Entonces, Jesucristo Señor Glorioso, le inviste definitivamente de esa misión “Apacienta mis ovejas”.

Pedro se encuentra con Jesús en su nueva situación de Señor Resucitado y también consigo mismo comohombre nuevo, cambiado.

En el bonito libro “Seguirle por el camino” de A. Tolín leemos: “No es un simple reencuentro, sino un encuentro superior y radical, el de una entrañable declaración de amor”. Pedro ha experimentado que la fidelidad de Dios es más grande que nuestra infidelidades y más fuerte que nuestras negaciones. 

San Pedro constituye un ejemplo estimulante a ser tenido en cuenta por toda persona llamada a ser ministro o servidor en la Iglesia de Jesús, el Señor.

El oficio pastoral del papa, del obispo, del sacerdote, de la catequista, del visitador@ de enfermos, de todo trabajador de Caritas… es un “oficio de amor”. Y tal vez, esto lo olvidamos demasiado y por ello queda desfigurada e infructuosa tanta labor pastoral. 

Los creyentes católicos actuales hemos tenido la gran suerte de haber conocido papas, sucesores de Pedro verdaderamente egregios y santos. ¿Quién no recuerda la sencillez y humanidad de Juan XXIII, la relación en diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo de Pablo VI, la fortaleza espiritual de Juan Pablo II y la novedad del papa Francisco con la alegría del evangelio y la sinodalidad? 

No lo olvidemos, sin amor el oficio pastoral quiebra por la base. San Pablo, el otro gran apóstol, nos enseña cómo es el amor: paciente y amable, no apunta las ofensas y se alegra de la verdad.