+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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16 de marzo de 2019
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a fiesta litúrgica de San José, su persona y su misión en la tierra, como esposo de la Virgen María, padre legal y educador de Jesucristo, son la base que centra hoy nuestra atención en el Seminario, lugar de formación y convivencia de los seminaristas en orden a su Ordenación Presbiteral, de aquellos que, llamados por Dios y confirmados en su vocación por la Iglesia y en nombre de Ella la aceptación del Obispo, serán los sacerdotes de la Iglesia con la tarea de evangelizar a todas las gentes dando a conocer su mensaje evangélico, de administrar sus Sacramentos y de enseñar a descubrir y amar a Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Señor y Redentor.
Todos los cristianos somos conscientes de que el seguimiento a Jesucristo comienza con la recepción del Bautismo y se extiende a lo largo de toda nuestra vida. Siendo una llamada particular por parte de Dios. La vocación sacerdotal es un camino de santificación personal encaminado a recibir el Orden Sacerdotal al servicio de la Iglesia de Jesucristo.
Hablar del Seminario es hablar de vocación, de llamada divina a ser sacerdote de Jesucristo. La vocación al ministerio sacerdotal es un regalo de Dios a su Iglesia, que requiere la participación activa de todos los cristianos como miembros del Cuerpo de Cristo. Esta firme convicción es la que subyace en el lema de la campaña vocacional de este año: «El Seminario, misión de todos».
El 8 de diciembre de 2016 el papa Francisco aprobaba el texto de una nueva «Ratio fundamentalis institutionis sacerdotales», conocida bajo el título de «El don de la vocación presbiteral». Este nuevo documento es ahora guía y modelo para la formación integral de los candidatos al sacerdocio. El seminarista y futuro sacerdote debe entender su vida como una donación total al Señor, siguiendo sus huellas muy de cerca, y como un servicio al Pueblo de Dios que la Iglesia le encomiende.
Dios es el principal agente de la llamada puesto que es quién puede modelar el corazón de cada persona. Y, si Dios ha querido hacerse el encontradizo con una persona, niño, joven o adulto, dando el primer paso, a este hecho debe corresponder una respuesta libre, gratuita y agradecida por parte del que es llamado. Por ello, esta persona, según su edad y circunstancias, respondiendo positivamente a la llamada del Señor, será también protagonista en su proceso vocacional, puesto que se trata de una llamada personal, con nombre y apellidos, hacia un camino de felicidad plena en la entrega a Dios y a los hermanos.
La responsabilidad principal en cada Iglesia local en el ámbito vocacional corresponde al obispo diocesano. Sus directrices y guía deberán encaminar sabiamente la acción pastoral de toda la diócesis para establecer los medios de formación y los elementos más adecuados que favorezcan en los seminaristas el encuentro personal con Cristo y su crecimiento como cristianos elegidos y llamados, de manera que desde ahí puedan responder, en y para la comunidad, a la vocación y misión pensada por Dios para ellos al servicio de su Iglesia.
En el inicio de este proceso, conocimiento de la llamada, acompañamiento y respuesta generosa, tienen un papel importantísimo los sacerdotes presentes en nuestras parroquias y en otros muchos lugares de servicio en la diócesis, quienes, si son conscientes de su vocación y felices en el ejercicio de su ministerio, si viven con gozo y entrega su sacerdocio, serán modelos cercanos a imitar por muchos jóvenes que pueden recibir la llamada del Señor a ser sacerdotes. Y los mismos sacerdotes, sin temor ni reparo alguno, estarán gozosos de hacer presente esta posible llamada del Señor para que sean sacerdotes y de acompañarlos en su discernimiento, maduración y compromiso positivo.
El ejemplo expresado en el trabajo pastoral cotidiano, así como la animación y el acompañamiento previo al ingreso al seminario corresponde al sacerdote insertado en el presbiterio. Todos tenemos la experiencia de haber conocido notables presbíteros que han servido de referencia e instrumento en manos de Dios para hacer visible nuestro propio destino. La alegría, el tesón, la oración, la esperanza y la fidelidad a Cristo de los propios sacerdotes son detonantes en niños y jóvenes de un camino de entrega y servicio para toda la vida.
De vital importancia para la configuración de una vocación sacerdotal es la propia familia que acompaña los primeros pasos en la fe de los bautizados. Un hogar abierto a la vida y a la generosidad, donde se transmitan virtudes y valores profundamente humanos y cristianos, es un soporte seguro para nuevas vocaciones sacerdotales.
De igual modo las parroquias de origen, así como los movimientos apostólicos y juveniles cristianos, son elementos de aliento y empuje necesario al compromiso cristiano, favoreciendo así la llamada concreta que Dios hace al sacerdocio. Todo este conjunto de agentes implicados lleva consigo una importante colaboración y coordinación a nivel diocesano, de tal manera que naveguemos juntos en la misma dirección y establezcamos los cauces necesarios para que la llamada de Dios al sacerdocio sea escuchada y encuentre respuesta generosa y agradecida.
Ayudadme pues en esta tarea queridos sacerdotes, familias, miembros de la vida consagrada y fieles de la diócesis. Nuestra Iglesia los necesita, nosotros los necesitamos. El testimonio personal y comunitario, el ejemplo de entrega generosa de cada uno, la oración, el sacrificio, la intercesión de los santos y beatos de nuestras tierras y la intercesión de la Virgen María, en su advocación de Los Llanos, lo harán posible, pues Dios lo quiere y su “viña” en Albacete los necesita.