Manuel de Diego Martín
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28 de junio de 2008
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Cada año, al final del curso pastoral, los sacerdotes de la diócesis tenernos tres días de formación permanente en los cuales vamos estudiando temas que nos ayudan a comprender mejor nuestras tareas pastorales. Este año el tema ha sido “Atención pastoral a los inmigrantes”.
A través de charlas, debates, comunicaciones hemos visto lo que unos y otros estamos haciendo en nuestras parroquias con los inmigrantes y qué cosas pudiéramos hacer mejor.
El primer día fue una reflexión sobre la doctrina social de la Iglesia y todos los documentos que se han hecho públicos bien desde las altas instancias de Roma o desde nuestra Conferencia Episcopal en estos últimos cincuenta años sobre el fenómeno migratorio. El segundo día vimos la manera más acertada para llevar adelante una buena relación pastoral con los cristianos que vienen del Este, rumanos, búlgaros, ucranianos… También cómo deben ser nuestras relaciones con los musulmanes. El tercer día se llevó a cabo una reflexión sociológica de la situación demográfica, dificultades y logros en la convivencia ciudadana que nos iluminaron trabajadores sociales y responsables del gobierno civil. Todo un reparto de lujo.
Ante la imposibilidad de abarcarlo todo, quiero fijarme en la reflexión del primer día que animó D. José Sánchez, obispo de Sigüenza-Guadalajara, que desde sus años jóvenes trabajó como capellán de emigrantes en Alemania, y desde hace años es el presidente de la Comisión episcopal de migraciones. ¿Quién mejor que este hombre para hacernos comprender el sentido de los documentos emanados, él que ha vivido la emigración, y ha trabajado en la elaboración de algunos de ellos?
Aquí una vez más, frente a los que no quieren ver, te das cuenta del bien inmenso que la Iglesia católica está haciendo en tantos frentes en ayuda de los pobres. El obispo que se ha batido tanto años por dignificar la vida de los emigrantes nos hacía comprender la dureza en inhumanidad que pueden llevar las últimas directrices del Parlamento Europeo, si solamente se tienen en cuenta intereses económicos, políticos o estratégicos.
Es verdad que las emigraciones tienen que tener una cierta regulación para evitar males mayores. Pero habrá que tener en cuenta siempre el respeto a las personas y salvar sus derechos humanos. A todo el que llega, con papeles o sin papeles, habrá que tratarle siempre como persona, sujeto de todos los derechos. No se puede llegar un momento en que por el hecho de ser inmigrantes, les convierta a algunos pobres en delincuentes. Nos decía el obispo cómo la Iglesia, en los momentos más difíciles, debe ser esa buena samaritana que se inclina sobre todos aquellos que ciertos sistemas políticos o económicos pueden tirar a las cunetas. No se puede construir un mundo lleno de alambradas y muros. Emigrar es un derecho como también el de no tener que emigrar. Esto es lo que importa, un mundo más justo y abierto. ¡Qué cosas más hermosas nos dijo este hombre! Qué buenos ánimos nos dio para seguir trabajando en nuestra diócesis con todo amor y pasión a favor de los inmigrantes.