Carmen Escribano Martínez
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2 de noviembre de 2025
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El mes de noviembre que acabamos de comenzar viene siempre marcado por las visitas al cementerio de muchos de nosotros. Y, si acaso no podemos acercarnos por alguna circunstancia, sí que hacemos memoria de una forma especial de nuestros difuntos: las personas que en algún momento han formado parte de nuestra vida, que ya no están y que hacemos presentes en nuestro recuerdo de forma singular en estas fechas. El día de los difuntos nos lleva a mirar cara a cara la realidad inevitable de la muerte; nos hace conscientes de nuestra propia finitud, de que somos receptores de una herencia de quienes nos antecedieron y que nosotros deberemos legar a otros que nos seguirán.
Junto a todo esto, esta celebración nos ofrece la oportunidad de agradecer el don de la vida: la nuestra y la de las personas que hemos querido y han formado parte de nuestra historia. Es muy importante hacer una memoria agradecida de nuestros seres queridos y evocar su vida con gratitud, aunque también, muchas veces, con dolor, porque el vacío de su amor duele y su ausencia nos hace llorar. La muerte nos tiene que enseñar a tomar perspectiva ante la vida, a valorar la importancia de las cosas que realmente merecen la pena y no magnificar muchas de esas preocupaciones que tendemos a sobrevalorar, pero que, en el fondo, ni son tan urgentes, ni tan graves, ni tan acuciantes. Seguramente, si supiésemos que la vida se nos va a terminar muy pronto, seríamos más amables, serviciales y agradecidos, y sonreiríamos más, preocupándonos por el bienestar de quienes nos rodean.
Los cristianos tendríamos que mirar la muerte como inicio de una nueva vida plena en el amor del Padre, lo que nos abre la puerta a la esperanza. La Iglesia conmemora el día de los difuntos tras la celebración del día de Todos los Santos. Esto significa que todas las personas podemos llegar a ser santos: todos conocemos a personas cuyo ejemplo en vida transparenta el amor de Dios, con su ternura y cuidado por los demás, y con su entrega generosa al servicio del bien común.
La fiesta de hoy nos anima al reconocimiento de la santidad, a hacer memoria agradecida de nuestros difuntos y a valorar la vida como inmenso regalo que se nos ha dado y que, cada día, nos concede la oportunidad de invertirla haciendo más hermoso el mundo, tanto el cercano como el lejano, que nos rodea.






