+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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25 de mayo de 2022

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]P[/fusion_dropcap]ATRONA DE LA RODA

La Virgen María del Cenáculo

Nos encontramos en la Parroquia del Salvador de La Roda y, en ella, según la tradición, en estos días, se encuentra entre nosotros la imagen de la Santísima Virgen de los Remedios, Patrona de La Roda y de Fuensanta, abandonando temporalmente su lugar en el Santuario de Fuensanta. Hoy nos reunimos para celebrar esta fiesta en su honor y para expresarla nuestra devoción y amor de hijos. Esta celebración es una expresión de inmensa alegría y gratitud a la Madre de Dios y a nuestra Madre del Cielo en su advocación de “los Remedios”

Una fiesta con la llamada de María a seguir, imitar y amar a Jesucristo, su Hijo, nuestro Salvador y Redentor, a luchar por ser santos para alejar de nosotros el pecado y para hacer desaparecer todos los males e injusticias existentes en nuestro mundo. 

Nuestra devoción a la Santísima Virgen de los Remedios es un camino que Dios nos señala para llegar hasta su mismo corazón. La Virgen de los Remedios es un atajo entrañable y lleno de amor que Dios pone a nuestro alcance para que podamos llegar seguros y rápidamente hasta El. Dios necesitó de una mujer para hacerse hombre. También nosotros necesitamos de la ayuda de María, nuestra Madre del Cielo, para seguir avanzando en la vida como buenas personas y buenos cristianos, siguiendo, imitando y amando a Jesucristo, y mostrándolo con nuestras obras y sentimientos.

En este tiempo de Pascua surge también con espontaneidad en diversas diócesis de España y en numerosas parroquias, la devoción hacia la Virgen María del Cenáculo. El Cenáculo fue un lugar importante en la vida de Jesús y de la Iglesia. En el Cenáculo Jesús celebró la Ultima Cena con sus discípulos, celebró la primera Eucaristía de la historia, estableció el Sacerdocio, Lavó los pies a sus discípulos y nos dejó su enseñanza sobre el mandamiento nuevo, sobre su mandamiento: “que os améis unos a otros como yo os he amado”, “En esto conocerán que sois mis discípulos”.

Los cristianos formamos una gran familia, la familia de los Hijos de Dios, la Iglesia, un hogar lleno de amor, donde crecemos en el amor, aprendemos a ser amados por Dios y aprendemos a amar a los demás. Al recibir el Sacramento del Bautismo nos incorporamos a esta familia, a la Iglesia. Y, en esta familia, la Virgen María, nuestra Madre del cielo, tiene un lugar especial y una importante misión a realizar: ser la Madre de Jesucristo, la madre del Hijo de Dios, por obra y gracia del Espíritu Santo, sin perder su virginidad.

En esta celebración en honor de la Virgen de Los Remedios, centramos nuestro amor y cariño en el modelo de Madre que representa para nosotros desde el Cielo la Virgen María y cuando la encontramos reunida con los apóstoles y los discípulos, hombres y mujeres, en el Cenáculo, lugar significativo y familiar de encuentro. 

Nos recuerda el Libro de los Hechos de los Apóstoles que todos los seguidores de Jesucristo: María su madre y un grupo numeroso de mujeres, los apóstoles, los discípulos y otros cercanos a Jesucristo se encontraban reunidos en el Cenáculo, con las puertas y las ventanas cerradas, por miedo a los judíos. Estaban de nuevo juntos esperando la llegada del Espíritu Santo que Jesús les había prometido enviar en la Fiesta de Pentecostés. Les dijo Jesús, una vez que había resucitado y que se había aparecido en numerosas ocasiones a ellos, mostrándoles que estaba vivo y resucitado, que había vencido a la muerte y al pecado, y que había cumplido la misión que el Padre Dios le había encomendado y que tenía que volver junto a Él. Ellos le pidieron que no les dejase solos, que permaneciese junto a ellos. Jesús entonces les hizo una promesa: “No os dejaré solos, enviaré sobre vosotros mi espíritu, el Espíritu Santo”, el Espíritu del Padre y del Hijo hecho presente en vosotros como Espíritu Santo, como espíritu santificador. Y Jesús cumplió su promesa y el Día de la Fiesta de Pentecostés, a los cincuenta días de la Pascua de Resurrección, el Espíritu Santo, estando todos reunidos en el Cenáculo, descendió sobre todos ellos, transformándoles interiormente, llenándoles de sus siete dones y capacitándoles para evangelizar y transformar aquel mundo pagano en el que vivían, en un mundo cristiano, impregnándole de amor, de caridad y de presencia de Dios. La Iglesia comenzó a caminar, a evangelizar, a impregnar de evangelio y de amor aquella sociedad pagana, y comenzaron a crearse comunidades cristianas, parroquias, a ayudar a los más necesitados y a bautizar a aquellos que querían ser cristianos y vivir en el amor de Dios. Aprendieron a experimentar que eran amados por Dios, aprendieron a amar a Dios y a amar al prójimo, como expresión del amor de Dios. Y recordaron y comenzaron a hacer realidad la misión que Jesús les había encomendado: “Id al mundo entero, predicad el Evangelio, bautizar a todos aquellos que crean en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, crear comunidades cristianas y enseñarles a vivir en el amor de Dios y a amarse como hermanos”. La Iglesia comenzó así a caminar, a evangelizar, a ser misionera, a dar a conocer a todos a Jesucristo y sus enseñanzas, a dar a conocer y ayudar a vivir cerca de Dios, que es amor, y a amarse como hermanos. 

«Los discípulos se hallan reunidos en el Cenáculo, indicando que la primera comunidad cristiana, pues comparten un mismo espacio físico, está reunida esperando la llegada del Espíritu Santo, el motor de la evangelización. Comparten también una misma fe y una misma esperanza, expresadas en la oración compartida, a la que, además, se dedican asiduamente, con ánimo perseverante. La cercanía física y la oración en común expresan la fraternidad de quienes posteriormente dirán los evangelistas que «tenían una sola alma y un solo corazón» (Hch 4,32).

Si ya antes de Pentecostés había unión y perseverancia entre los discípulos de Jesús, después de Pentecostés los creyentes serán constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. María, aparece entre ellos como la Madre de la Iglesia y el Auxilio, Remedio, Ayuda de los cristianos, como la Madre de todos, fervorosa en la caridad y ejemplo admirable de unidad. Que ella nos bendiga y ayude constantemente, nos ayude a descubrir a Jesús a nuestro lado, a amarlo y darlo a conocer.

 

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete