Manuel de Diego Martín

|

14 de septiembre de 2013

|

133

Visitas: 133

Recuerdo de chiquillo cómo en la escuela de mi pueblo por los años cincuenta, en que el maestro, por otra parte un buen hombre, que tenía que lidiar con mas de cincuenta chiquillos entre los seis y catorce años, un día  sacó a cuatro, los puso delante de él y les fue dando leña en las manos con un mimbre. Sin más palabras, les dijo:” ahora podéis a vuestros sitios”. No hubo ninguna explicación de tal castigo. Luego nos enteramos de que la causa  era que  aquellos chiquillos se habían burlado de una pobre mujer sordo-muda y le había llegado la noticia al maestro.

Reflexionando después te das cuenta de que es mejor y mucho más educativo para todos arreglar las cosas hablando y no a base de palos.  Pues bien, seguimos inmersos en el problema de Siria esperando cuál será el desenlace. Empezando por el Papa, son cada día muchos más los que piensan que la respuesta  al mal que haya hecho este país no puede ser la guerra, bombardear ciertos lugares estratégicos  y  que aprendan a  palo limpio estos asesinos.

Por invitación del Papa, toda la cristiandad hemos rezado por Siria para evitar lo peor y buscar soluciones mejores. Y parece que esto va llegando. Ante la pregunta de un periodista al Secretario de Estado americano de qué debería hacer Sira para evitar la guerra,  parece que sin pensarlo mucho dijo que debería entregar los arsenales de armas químicas.  Algunos comentaristas de la noticia dijeron que esto fue una tontada del americano, por no llamarlo una metedura de pata.  Pero mira por dónde, Rusia recoge el guante y dice, claro que sí, Siria entregará las armas. Es posible  que la negociación esté en marcha y la guerra un poco más lejos.

Este cambio ¿ha sido fruto de la oración de tantos, o más bien  una casualidad?  Lo que si podemos afirmar es que  es mucho más humano el que los pueblos hablen entre si, y no arreglen los conflicto a bombazos. Es necesario usar la fuerza de la razón, nunca la razón de la fuerza. Y volviendo al principio ¡qué bonito hubiera  sido  que mi maestro nos hubiera  hablado a todos al corazón de cómo debemos comportarnos con los mayores y no romper el palo en manos de algunos que se quedarían resabiados toda su vida,  sin aprender la lección que el maestro quería darnos!