Manuel de Diego Martín

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11 de septiembre de 2010

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Estos días hemos tenido en la Parroquia varias llamadas para preguntar que si el ir a misa el día la Virgen de los Llanos era precepto. Al responderles que no, daba la impresión de un cierto alivio, una preocupación menos. A una buena señora tuve la osadía de decirle que aunque no fuera precepto, sí podía era un día muy hermoso para ir a misa, pues celebrábamos el cumpleaños de la Virgen, una fiesta muy grande de nuestra Madre del cielo. La respuesta fue el silencio. No me respondió, aunque fuera por cortesía, que iba a hacer lo posible por ir a misa.

Da la impresión que para mucha gente pesa más la obligación, el no cometer un pecado, que el vivir el sentido profundo que tiene para un cristiano el ir a misa. No es que yo esté en contra de la obligación, bendita obligación si esto nos ayuda a ser más cristianos. Pero este peguntar tanto por el precepto me recuerda un poco aquello que decía Santo Tomas de Aquino: “El que hace una cosa sólo porque está mandada, o deja de hacerla sólo porque está prohibida no obra moralmente”. No sería este un actuar muy responsable; hay que dar un paso adelante. Debo hacer las cosas responsablemente porque esto me ayuda a acercarme más a Dios, porque posibilita la realización de mi vida cristiana, aunque no esté legislado en un canon.

¡Qué hermoso es ir a Misa y tocar a Cristo! El otro día, en las lecturas de la misa de cada día S. Lucas nos recordaba de cómo las multitudes se agolpaban para poder tocar físicamente a Jesús, pues veían que de este contacto salía una energía nueva que les ayudaba a hacer frente a la vida y a superar todos sus males. Pues bien, si hoy podemos tocar a Jesús; mucho más aún, si hoy podemos comer su cuerpo, beber su sangre en la comunión, se debe a que una sencilla mujer le dio carne, inyectó en sus venas su propia sangre. El día de la Natividad de la Virgen celebramos el momento sublime en que nació aquella Niña que sería un día la Madre de Dios.

Mirad lo que decía en ese día un santo Padre, Andrés de Creta, para cantar este misterio. “Hoy ha sido, decía, construido el santuario creado del Creador. Ahora la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta a hospedar en sí al Supremo Hacedor”. Vemos pues cómo el nacimiento de la Virgen hace que el mundo se llene de luz y de esperanza. El Dios invisible se hace visible en una carne nacida de María. ¿No hay razones suficientes para que un buen cristiano ese día vaya a misa aunque no sea de precepto?