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25 de julio de 2009

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La lectura del evangelio de este domingo sabe a solidaridad y a celebración a la vez. «Una imagen vale más que mil palabras»: el contemplar el relato de la multiplicación de los panes y peces nos muestra la fuerza de la solidaridad. La comunidad joánica es la que ha podido elaborar y digerir por más tiempo y con más perspectiva lo que aquel maravilloso día sucedió.

La gente seguía a Jesús porque veía los signos que hacía con los enfermos. Jesús aparece como el personaje central del relato, es el Señor. Jesús en camino expresando la misericordia de Dios, mezclado entre los pobres, comiendo con ellos. En Jesús descubrimos el rostro de Dios Padre compasivo que hace algo para remediar la situación por la que pasan aquellas gentes; de esta manera inaugura el Reino de Dios.

Mientras que en nuestro mundo crecen los niveles de desigualdad, tanto entre unos países y otros, como en el interior de las sociedades desarrolladas, invadidas por el individualismo y el consumismo, el evangelio nos invita a compartir lo que soy y tengo; no se trata de compartir lo que nos sobre en el bolsillo. Jesús se mueve en la cultura de la solidaridad y no del mercado. Seguimos buscando acumular 200 denarios, cuando la solución está en otra parte, en el cambio de mentalidad a la hora de usar los denarios. Mientras los discípulos se siguen moviendo en el terreno de comprar. Jesús se mueve en el terreno de compartir. Cinco panes y dos peces. La esperanza tiene otra herramienta: repartir lo que se tiene.

Gustar de la celebración. El banquete en el que hemos visto a Jesús animando a compartir no fue en la mesa sino en un prado del camino. No está de más recordarlo en estos días en donde muchos andamos de un lugar para otro y nos olvidamos de alimentarnos de veras. El evangelio de San Juan es el que nos ofrece más pistas sobre la relación de este pasaje con la eucaristía; está en armonía con la celebración eucarística: «tomo los panes, dijo la acción de gracias y los repartió». La muchedumbre pasa del momento inicial, de pie (como esperando un sermón rápido para una misa de 20 minutos) a un ambiente distinto en el que Jesús les invita a celebrar de otra manera: en un ambiente de acogida y sosiego. «Decid a la gente que se siente en el suelo». Hacer que se recuesten es tratarlos como seres libres con dignidad; no como siervos, obligados a tomar sus alimentos de pie y con premura para atender a sus amos. Personas con dignidad. Los convocados a la mesa tienen la misma dignidad. Disfrutar de la fiesta eucarística… pero que nada se desperdicie. Esto llegaría a todo el pueblo de Israel, a todo el mundo.

Llevemos a la eucaristía nuestra vida, nuestro compartir…dejemos de ser meros espectadores pasivos. La eucaristía es signo y proyecto de solidaridad para los cristianos.

José Agustín González García
Párroco del Sagrado Corazón de Hellín