Manuel de Diego Martín
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16 de febrero de 2013
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Conocí la existencia de Ratzinger en los años sesenta cuando estaba estudiando teología en la Universidad de Comillas. Llegó un joven profesor doctorado en Munich y a nosotros deslumbrados por los grandes teólogos del momento, Rhaner, Congar, Danielou… un día nos suelta a bocajarro: “Sin duda alguna, el mejor teólogo que tiene hoy Europa es un joven profesor llamado José Ratzinger. Enseguida empezaron a aparecer libros suyos como “Introducción al cristianismo” y nos dimos cuenta de que nuestro profesor sabía lo que decía.
Pasaron los años y este joven profesor tuvo que hacer de guardián de la fe y esto le trajo muchos problemas. Un hombre con tanta lucidez, con tanta profundidad, tenía que ser consecuente con la misión que le habían confiado y esto ante mentes mal intencionadas le convirtieron en el indeseable cardenal inquisidor.
Pero este hombre y anciano cardenal, el Espíritu Santo soplando fuerte, hizo que se convirtiera en Papa para desconcierto y disgusto de algunos. Recuerdo la tarde de la fumata blanca, en que estando con algunos “progres” que no simpatizaban con él, de golpe se arrancó uno de ellos dándonos esta noticia: “¡Qué fuerte va a ser esto, ha salido Ratzinger, que Dios nos pille confesados!”. Y lo decía con las manos en la cabeza como si hubiera caído sobre nosotros una tremenda desgracia.
Han pasado los años y tenemos que reconocer, qué don y qué gracia ha sido el pontificado de Benedicto XVI: Sus encíclicas, sus catequesis, sus mensajes tan llenos de sabiduría divina. Él nos ha hecho comprender más que nadie que nuestra fe debe ser razonable, qué canto a la razón y a la fe han sido sus escritos. Él se ha enfrentado con gran coraje a problemas internos de la Iglesia y ha hecho lo posible en favor del ecumenismo. Él nos ha enseñado que a Dios se le encuentra en la belleza, y que la peor desgracia que nos puede pasar como humanos es quedarnos sin Dios… ¡Cuántas cosas hermosas se pueden decir de él!
Si grande ha sido su pontificado, sublime va a ser su final. ¡Qué grandeza de alma se necesita para tomar esta decisión! Él nos hace comprender aquello de que si el grano de trigo no muere… Algunos medios, tal vez no bien intencionados, haciéndose eco de las palabras que pronunció al principio de su pontificado, que pedía oraciones para no huir del lobo, quieren hacer ver que esto es una huida cobarde ante la situación. ¡Qué lejos de la realidad! Ha dado pruebas en estos años de que no tenía miedo a dentelladas. Esto es otra cosa, ha comprendido que ejercer el Papado en el siglo XXI exige unas facultades físicas que en otros tiempos se podían suplir. Ha sido el amor, el amor hacia las ovejas lo que le ha movido para dar paso a otro pastor que pueda estar más cerca de ellas. El seguirá estando cerca de todos nosotros, pero de otra manera. Así todos salimos ganando. Gracias, Santo Padre, por este gesto de amor.