Manuel de Diego Martín
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3 de octubre de 2009
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En mis relaciones de cura con las familias se me ha dado el caso de encontrarme con padres que teniendo varios hijos y un niño con síndrome down, a corazón abierto, me han llegado a confesar: “Este niño ha salvado nuestro matrimonio. Este niño nos ha llegado a hacer comprender de verdad lo que significa dar amor y recibir amor. El colma nuestra felicidad como esposos y como padres”.
Estos días en el festival Albaycine de nuestra ciudad se ha proyectado la película “Yo también”. Este largometraje se ha hecho célebre porque ha sido recientemente premiado en el festival de San Sebastián, y resulta que entre los actores premiados está Pablo Pineda que tiene el síndrome de down.
Todos nos hemos alegrado infinitamente con este premio. El mismo Pablo en sus declaraciones de agradecimiento ha hecho constar cómo codos los chicos y chicas que tienen esta limitación, si tienen coraje y les dan todas las oportunidades posibles, pueden llegar muy lejos. Esta es pues una llamada a toda la sociedad a abrirles los brazos y el corazón para que puedan crecer en plenitud.
Este hecho me sugiere otra reflexión. A muchos que han saludado el triunfo de Pablo como fruto de una sociedad abierta y progresista, que es capaz de dar a todo el mundo las mismas oportunidades, habría que recordarles que la primera oportunidad que hay que dar a un niño síndrome down es el derecho a nacer. Si se legisla que niños como éstos, y como otros, por el sólo hecho de no ser deseados ya no se les deja nacer, se acabaron para ellos todas las oportunidades.
Así vemos lo fácil que es caer, sin darse cuenta, en un sin fin de contradicciones, cuando uno ha perdido el norte que marcar el camino de la verdad. Y la verdad, vista desde la razón más razonable, y para nosotros creyentes, también desde los Mandamientos de la ley de Dios, es que todo ser humano tiene derecho a nacer desde el momento en que ha sido concebido.