Manuel de Diego Martín

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19 de febrero de 2011

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El filósofo griego Platón, cinco siglos antes de Cristo, decía que la república la deben gobernar los aristócratas. Pero este vocablo para él no significaba lo que a veces entendemos nosotros como “aristócrata”: un señorito, rico, distante de la gente y aprovechado. Para Platón, significa lo que la misma palabra dice: “aristoi” en griego quiere decir los mejores. Estos son los que deben estar al frente de los pueblos.

Hoy se nos llena la boca con ser demócratas, ser buenos demócratas, ganar elecciones, conseguir el poder. Pero ¿tenemos la misma pasión por conseguir la virtud, por comprometer nuestra vida con la verdad y la justicia, por llegar a ser buenos ciudadanos? A veces nos sorprende gentes que van por la vida presumiendo de grandes demócratas, con corbata y camisa impecables, luego descubres que su camiseta está sucia, y su corazón podrido. Cuando menos lo piensas salta la liebre, y detrás de cada matorral te encuentras con un corrupto. Y esto ocurre incluso entre altísimos dirigentes tal y como nos los presentan los rotativos de cada día.

Jesús de Nazaret el domingo pasado nos recordaba aquello de que tenemos que ser mejores que los letrados y fariseos ¿Por qué lo dice? Porque éstos eran maestros en guardar las buenas formas, para quedar muy bien entre las gentes, pero por dentro estaban llenos de falsedades. Ser mejores significa ser buenos por dentro y por fuera, no aparentarlo, sino serlo de verdad.

Así pues en los momentos de decadencia moral, cuando tantísima gente sufre tanto, y en parte por las corrupciones de los desaprensivos que roban tanto, la salvación llegará cuando todos nos empeñemos en ser no sólo buenos demócratas sino excelentes aristócratas. En el lenguaje de Platón cuando lleguemos a ser mejor gente de lo que somos, buenos por fuera y por dentro. Entonces no será difícil que lo que dirijan los destinos de los pueblos sean los “aristoi” es decir los ciudadanos mejores.