Mons. D. Ángel Fernández Collado

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4 de noviembre de 2021

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Oración Jóvenes de Hakuna Albacete

Catedral de Albacete, 04 de noviembre de 2021

Queridos jóvenes de Hakuna Albacete. Agradezco vuestro ofrecimiento para rezar juntos esta tarde, pues nos viene bien a todos y, a la vez poder dirigiros unas palabras compartiendo con vosotros algunas de mis experiencias espirituales. Me siento orgulloso de vosotros por vuestro buen hacer como jóvenes cristianos en los ambientes donde ahora os toca vivir. 

Siendo joven seminarista, leí por indicación de un cura amigo y acompañante espiritual el libro de Rene Voillaume “En el corazón de las masas”. En él descubrí la persona y la espiritualidad del hoy Beato, y próximo santo, según ha anunciado el Papa Francisco, Carlos de Foucauld. Descubrí también como un camino de santificación lo que algunos llaman vida oculta de Jesús en Nazaret, la vida ordinaria.

Ilusionado con este descubrimiento entré en contacto con la Fraternidad Sacerdotal “Iesus Caritas”, de Carlos de Jesús, y empecé a caminar con ellos: reuniones y retiros mensuales, Mes de Nazaret (en silencio, soledad y cercanía eucarística, …). Conocí también entre ellos numerosas asociaciones de laicos, consagrados y célibes, Hermanitas, Hermanitos, Hermanos del Evangelio, Hermanitas de Nazaret, etc.

Siendo llamado a ser obispo en la Iglesia de Jesucristo, numerosas tareas pastorales me fueron distanciando físicamente de estos hermanos. Con todo, conservo como un gran regalo del Señor en mi vida sacerdotal, y ahora episcopal, esta espiritualidad que podría denominar: Un camino de santificación en la vida ordinaria, como la de Jesús en Nazaret.

Sería un error proponer como único camino de santificación, como único modelo de vida cristiana, el período de la vida de Jesús en Nazaret, aunque fue muy amplio: treinta años. En Cristo no podemos separar su vida en Nazaret, su vida pública, su pasión, muerte y resurrección. Forman un todo que refleja la vida de Jesús encarnado y redentor. Ciertamente, el período de la vida de Jesús en Nazaret y su espiritualidad son un camino de santificación, una vocación, una manera de seguir e imitar a Jesucristo, como una forma particular de vivir la vida cristiana en plenitud. Nazaret, lo que llamamos vida escondida, es un conjunto de virtudes pasivas que jalonan un camino concreto de santidad, de perfección o madurez cristiana. Es un estilo, una vocación, una forma concreta de santificación y seguimiento de Jesucristo. 

Todos, y vosotros mucho más, estamos viviendo en un mundo donde se busca desenfrenadamente las grandezas humanas, el triunfo fulgurante, el sobresalir, las riquezas, el reconocimiento, el placer. Nazaret es una predicación de pobreza y trabajo, una vida vivida austeramente, donde Jesús permanece durante treinta años desconocido por el mundo, viviendo como el hijo de un artesano, con humildad, realizando trabajos sin relevancia, como una persona cualquiera, obedeciendo y siendo sumiso a sus padres, muy santos, pero hombres, siendo él Dios.

En ocasiones nosotros nos quejamos porque no sobresalimos en nuestro entorno, ni nos agradecen suficientemente los favores o trabajos que hacemos. Queremos que nos cuelguen alguna medalla, que seguro nos merecemos, pero al hacerlo no hacemos otra cosa que dejarnos llevar por las apariencias. Jesús paso treinta años en Nazaret para luego salir a predicar el Reino de Dios. Él asumió la realidad o limitación del lugar donde vivía: Nazaret. Allí echo raíces y maduro su ser hombre. Allí Jesús se preparó para su misión salvadora. Nosotros también debemos pasar por ese tiempo de preparación, de nuestro propio Nazaret, sin olvidar que estamos en el mundo y que debemos ser como la levadura en la masa, que la transforma y levanta, experimentando personalmente la vivencia santificadora en la vida ordinaria. Jesús, nuestro modelo a imitar, no se aisló de los hombres. Mostró su personalidad siendo uno más entre ellos, mezclándose con ellos.  Jesús eligió libremente, como lo podemos hacer nosotros, este contexto para su vida humana. Eligió la forma de vida más común a la mayoría de la gente. “Pasó por uno de tantos”, dice la Carta a los Hebreos. Nazaret es un misterio de fe, es una experiencia y una espiritualidad, es un modo más de vivir cristianamente, de santificarse.

En Nazaret encontramos un espíritu y una realidad que muchos cristianos intentan vivir como una vocación personal de seguimiento e imitación de Jesucristo en las situaciones concretas en las que la vida les ha colocado.

Nazaret es, primeramente, un “lugar geográfico” que Dios escoge para cada uno de nosotros y nos lo ofrece. Es un lugar donde crecemos sumisos a los mayores que nos enseñan (padres, catequistas, sacerdotes, familiares, formadores, etc). Nazaret es el lugar donde, imitando a Jesús, encontramos nuestro sitio, el lugar donde es posible ponerse al servicio de los demás, donde eres uno más, no superior o distinto. Nazaret es el lugar donde uno es pequeño, abordable y vulnerable. En este sentido, Nazaret es la búsqueda del último lugar. Es vivir con este estilo o vocación allí donde la vida te ha colocado (población, profesión, estudios, familia, amigos.. etc).

Nazaret es el “lugar del descanso y de la amistad”, el lugar de la no visibilidad, en contraposición a Jerusalén, lugar de la visibilidad, de la tentación, de la grandeza y del poder. Nazaret es vida escondida, vida ordinaria, lugar donde se vive sin ser conocido, incluso desconocido.

Nazaret es un “lugar donde crecemos al estilo de Dios”: sin tiempo, con toda naturalidad. Es el lugar del silencio, donde no se es importante; el lugar donde predomina el ser más que el hacer; el lugar del trabajo con las manos para ganarse el pan; el lugar para contemplar la vida y descubrir el paso de Dios en ella.

Nazaret es también “un tiempo donde se entra de lleno en el espíritu y la realidad”. Es el tiempo de Dios, la eternidad que penetra en el tiempo personal de cada uno de nosotros. Nazaret es un largo enterramiento de la semilla, el tiempo de la maduración. Es la conciencia de que para todas las cosas hace falta tiempo, especialmente para las cosas de Dios, del espíritu, de nuestro ser persona y cristiano, hijo de Dios. Nazaret es el tiempo en que Dios nos trabaja por dentro.

Nazaret es el tiempo que se pasa en oración, en contemplación, en pura pérdida de sí. Nazaret es el tiempo pasado en oración ante el Santísimo Sacramento o en la habitación meditando el Evangelio. Es el tiempo del trabajo normal, manual o intelectual. Es el tiempo que pasamos escuchando y entrando con normalidad y diálogo sincero en relación con otras personas.

El tipo de vida del cual nos habla claramente Nazaret es el de la “vida ordinaria”, la vida que lleva el común de las personas. Nazaret es acoger la vida cotidiana, ordinaria, y darla su valor salvador y redentor. 

Nazaret es vivir el presente como lugar de santificación. Es vivirlo con pasión como lugar de la presencia y del paso de Dios en nuestra vida. Es vivir la realidad de nuestro momento, alejando miedos del pasado o sueños del futuro.

Nazaret es el lugar donde se puede estar siempre, discretamente, en actitud de servir. Es la referencia exacta a Jesús mismo durante toda su vida y a su voluntad sobre cada uno de sus discípulos. Estar para servir.

Nazaret es una llamada a revisar dónde vivimos, cómo vivimos, con quién nos relacionamos, qué medios usamos. Nazaret es una manera de ser, antes que una manera de hacer. Una manera de ser en la lógica del amor. Nazaret es el lugar de la comunicación, de la escucha, de la amistad, del compartir. Y, a la vez, es el lugar del silencio, porque Nazaret es gritar la Buena Noticia con muy pocas palabras, es decir, con la vida, callando y amando. Nazaret es la prioridad dada al amor vivido.

Nazaret es dar sentido a la gratuidad en un mundo donde la eficacia y el rendimiento son las únicas motivaciones. Nazaret es una predicación por los medios pobres, los que Jesús empleó, incluso en su vida pública.

Nazaret es una predilección por las cosas pequeñas de la vida ordinaria, esas cosas que toman valor de infinito y de eternidad si se viven en el amor.

Y es, también, una manera de estar con Dios, de mirar con los ojos de Dios; esa manera contemplativa que es, sobre todo, una mirada sobre Dios mismo a través de la humanidad de Jesús; una mirada contemplativa sobre su creación, sobre su obra; una mirada atenta a la acción del Espíritu Santo en cada persona y en los movimientos de la historia del mundo.

Nazaret es estar con Jesús, hacerle compañía, acompañarle en todo, como los discípulos que él escogió, llamados para estar con él, antes de enviarles a realizar su misión.

Nazaret es el misterio de la irrelevancia, de la pequeñez, de la humildad como estilo de vida; es el tiempo de la oración, de la contemplación y del silencio; es la llamada a valorar el espíritu fraternal, el valor de los pequeños detalles ordinarios; es saber perder el tiempo con la gente; es huir de las apariencias; es dar más valor a los hechos que a las palabras; es gritar el Evangelio con la vida. Ser testigos y portavoces de su amor.

Por ese motivo queridos jóvenes de Hakuna me gustaría que os quedaseis ahora delante de Jesús Eucaristía, expuesto en la Custodia, reflexionando sobre vuestro Nazaret, situando la mente, el corazón y la mirada en la aldea de Nazaret, donde Jesús vivió con normalidad, sin estridencias, durante treinta años. Fue el período más largo de la vida de Jesús y muy significativo para nosotros, pues la santidad de Jesús se halló realizada dentro de las condiciones de vida humana más ordinarias, las del trabajo con las manos, y las de la vida familiar y social en una pequeña aldea. 

En Nazaret encontramos afirmado el hecho de que las actividades humanas más oscuras y más corrientes son perfectamente compatibles con la perfección de Jesucristo, el Hijo de Dios, y con nuestra santificación.

Nosotros podemos alcanzar también la santidad en la vida ordinaria, en un trabajo temporal, en la familia, el estudio, en el matrimonio, en el claustro de un convento, en una aldea pequeña, en la vida sacerdotal, etc. Pero, siempre, desde el espíritu de Nazaret y enraizados en Jesucristo, dando testimonio de Cristo en nuestra vida diaria, como apóstoles suyos llamados a ser santos y enviados a proclamar su resurrección.

 

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete