+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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24 de diciembre de 2011

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En estos días, en que el viento trae ecos de villancicos y el rocío de la noche parece oler a ternura, cruzan el espacio miles y miles de postales con motivos navideños que, como ángeles discretos, nos vuelve a anunciar la mejor y más buena Noticia: el Nacimiento de nuestro Salvador. Algunas postales – ¡qué pena!- ya han perdido el motivo y la referencia navideña. Que sigan conservando, al menos, los buenos deseos para los destinatarios.

Mi felicitación quiere, entre otras cosas, responder a las vuestras, tan cordiales, a las que me es imposible contestar una por una.

Hace ya más de veinte siglos que Dios se hizo hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Se abajó para levantarnos; se vació para llenarnos. En Él hemos visto hasta dónde llega el amor que Dios nos tiene. Y en Él vemos hasta dónde tendría que llegar nuestro amor.

Contemplemos en silencio este misterio de “Dios con nosotros”. Es una contemplación que endulza el corazón y ablanda el alma. Es una lástima que el mercantilismo voraz de nuestra sociedad acalle el sentido de la Navidad.

En cada Navidad, el Niño de Belén viene a nosotros pidiéndonos, como a María, las entrañas para seguir encarnando en nuestra vida lo que trae de ternura, de paz, de solidaridad, de amor. ¡Que hermoso si cada pueblo fuera un belén, “casa del pan”, de pan partido y compartido; si cada hogar fuera un portal abierto para cobijar soledades; si cada corazón fuera un pesebre como el de la primera Navidad…!

Este año, en que hemos estrenado un nuevo Plan pastoral, he pedido al Niño Dios un aguinaldo especial para todos los diocesanos de Albacete: “Renovarnos para evangelizar”. Renovarnos para seguir anunciando la Buena Noticia -¡la mejor Noticia!-, la misma que escucharon los pastores de la serranía de Belén: Que para todos los hombres “ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.

El aguinaldo incluye la petición de un corazón grande para amar. Porque, como sabéis, hay muchos millones de personas en nuestro mundo que carecen de lo más necesario para vivir; que muy cerca de nosotros hay muchas familias que lo están pasando mal. Nuestra Iglesia, a través de Cáritas, ha intentado, durante todo el Adviento educarnos el corazón para la solidaridad. Lo ha hecho con un lema que chorrea Palabra de Dios: “Vive sencillamente, para que otros, sencillamente, puedan vivir”. Y cada semana nos ha invitado a hacer unos gestos tan sencillos como, por poner un ejemplo, abrir los armarios. Se pretendía que al ver cuánto nos sobra, cayéramos en la cuenta de cuánto les falta a otros.

¿Habéis hecho el belén? Basta un portalito sin puertas ni ventanas. Y pedid a Dios ojos nuevos para que, en el Niño del pesebre y en su humilde familia, “que no tuvo sitio en la posada”, veáis, con la mirada del alma, a la vez que el misterio del amor más grande, a todos los niños y a todas las familias que reescriben sin romanticismos, con toda su crudeza, la dura realidad de la pobreza de Belén.

Las calles más céntricas de nuestras ciudades se han embellecido con guirnaldas de luces de colores. Que en esta Navidad seamos capaces de encender estrellas de esperanza para todos los desesperanzados.