Manuel de Diego Martín
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16 de diciembre de 2006
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Días pasados se suscitó una polémica en ciertos colegios públicos de si era lógico y constitucional que se hiciesen celebraciones de navidad dentro del recinto escolar. Al final se zanjó la cuestión diciendo de que se hiciera lo que los padres quisieran, pues al fin y al cabo la última instancia de cómo debe ser la educación de sus hijos reside en los progenitores.
La raíz de esta polémica se debe a no entender lo que es un estado laicista y un estado aconfesional. El primero tiene como objetivo educar para la no religión. Por el contrario el estado aconfesional, como es el nuestro según la Constitución, es aquel que respeta, acoge la dimensión religiosa del hombre, sea cual sea la religión, y por tanto debe hacer todo lo posible para que esta pueda ser cultivada.
La dimensión religiosa del hombre es tan profunda, tan universal, que es un despropósito querer ignorarla, o peor aún, intentar sofocarla como si de una mala hierba se tratase. El historiador Herodoto, siglos antes de la venida de Cristo decía que si recorres ciudades, encontrarás algunas que no tienen termas, anfiteatros, o estadios. Lo que sí es cierto es que no encontrarás ninguna sin altares ni dioses.
¿Por qué pues esa militancia laicista, qué fundamento tienen esos manifiestos que quieren hacernos ver que la religión es un obstáculo para el desarrollo del ser humano? Es normal que los laicistas estén en contra de la Navidad, puesto que Navidad y Laicismo son dos realidades totalmente contrarias Decir Navidad es decir “Dios con nosotros” Decir Laicismo es decir “Nosotros sin Dios” ¿ Es que la aparición de Jesús en Belén fue acaso una desgracia para la humanidad? ¿No fue más bien una suerte infinita, el principio de la civilización del amor, aunque muchas veces sus seguidores no sepamos amar?
Diez años estuve en África conviviendo con religiones animistas y musulmanes. Todavía recuerdo a gentes de poblados a los que no habíamos llegado, que venían a la misión a pedirnos que fuéramos a su pueblo que ellos también querían conocer el camino de Jesús. La razón, es que tenían conocidos, amigos que habían entrado en este camino, y a causa de ello habían cambiado; eran buena gente, sabían perdonar, ayudar a todos, sus familias eran diferentes… Cuando uno recuerda estas cosas, no puedes entender que haya tantos prejuicios, tantos recelos hacia el evangelio, hacia los seguidores de Jesús, de no estar cegados por ideologías irracionales.