Manuel de Diego Martín

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22 de diciembre de 2024

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El otro día recibí una tarjeta de Navidad cuya felicitación decía: “Navidad es estar cerca de quien te necesite”. No voy a negar la verdad y el sentido de esta frase, pero me deja un poco sorprendido. Celebrar la Navidad es eso, sí, pero también mucho más. Alguien que vive sumido en un individualismo total, por mucho que firme felicitaciones navideñas, está siendo un perfecto mentiroso si no existe coherencia entre lo que dice y lo que vive.

A continuación, leí un artículo cuyo autor, aunque poco creyente, expresaba su sorpresa ante el hecho de que cada vez son menos quienes recuerdan a Jesús en estos días, a pesar de ser el mayor «influencer» de la historia. Celebramos algo, pero no parece claro qué es lo que se celebra. Y así, estas fechas pueden convertirse en un signo vacío. Nos volcamos en compras, comilonas, y brindis con champán, pero con escasas referencias al Jesús del que nos hablan los textos bíblicos.

El autor señala, curiosamente, que la única imaginería bíblica que conserva fuerza es la historia de los Reyes Magos. Pero no se mantiene por su significado original de traer oro, incienso y mirra al Niño Jesús, sino porque es el motor incombustible del comercio y los negocios.

El Papa, en este mes, nos ha invitado a orar para prepararnos para el Santo Jubileo, que se abrirá en la próxima Nochebuena, cuando él mismo abrirá la puerta de la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Nos invita a ser estrellas que guíen a Belén, o como él dice, peregrinos de la esperanza. En un mundo a menudo caótico y roto, lleno de sufrimiento, debemos llevar esperanza.

¿Dónde nació esta esperanza de forma especial? En Belén de Judá, con el nacimiento del Niño Jesús. Así lo proclamaron los ángeles a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”.

En su reciente viaje a Córcega, el Papa expresó su asombro al ver tantos niños en las calles, símbolo del futuro y de la esperanza. Esta región destaca por su alta natalidad, un contraste con la Europa envejecida. En Roma, en cambio, veía multitudes comprando frenéticamente, reflejo de un ansia consumista que solo busca satisfacciones pasajeras y vacías. “Una sociedad que no sabe dar se envilece”, recordaba.

Quien vive para sí mismo nunca será feliz. Jesús, que nace en Belén, es Dios mismo que un día entregará su vida en la cruz para traernos la salvación. ¿Podíamos esperar algo más grande que lo que este Niño nos ofrece? ¡Feliz Navidad!