+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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23 de junio de 2012

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]ste domingo coincide con la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Es el patrono de nuestra ciudad, y a él esta dedicada nuestra catedral. 

No hacen bien a los santos esas biografías que los presentan, ya en el nacimiento o en la primera infancia, realizando portentos o afrontando sacrificios tan ridículos para un bebé como no mamar durante los viernes de cuaresma. Esos procedimientos nos alejan del santo en vez de acercárnosle.

Cuando leemos el nacimiento del Bautista nos encontramos con una descripción más teológica que histórica. Los hechos singulares e insólitos, que rodean su nacimiento, seguramente sólo pretenden enseñarnos que su vida y su misión van a obedecer al proyecto de Dios: ser el “precursor”, el que va delante preparando el camino, anunciando “al que había devenir”, Jesús, no a sí mismo.

Pero no, no fue “hijo de ilustre cuna”. Aunque en se nos hable de inundación de gracia y bendición del cielo, Juan no lo tuvo fácil; no fue “hijo de ilustre cuna”. La fidelidad a su misión le costó la vida. Por eso, otro día, a finales del mes de agosto, celebra la Iglesia la fiesta de la degollación de san Juan.

A pesar de que a la hora de su nacimiento “todos, al ver aquellos signos, se preguntaban: ¿Qué será de este niño?”, no fue un hijo de papá, un niño mimado, aupado al tráfico de las influencias por ser pariente de Jesús y de María.

Parece seguro que vivió en su juventud en la austeridad del desierto, que curte a los hombres porque las inclemencia son muchas y las compensaciones escasas. (Algunos le han situado conviviendo en la comunidad de Qumrán, a orillas del mar Muerto). Aprendió a subsistir con lo elemental, a base de saltamontes y miel silvestre. Vestía con una piel de camello, ceñida con un cinturón de cuero a la cintura. Seguro que hoy los psicólogos le habrían catalogado como un inadaptado, otros, quizá le habrían confundido con un hippy. Hasta es posible que los ecologistas le hubieran tomado como modelo de desarrollo sostenible. Todo es posible. 

La austeridad del desierto hicieron de Juan un hombre de interioridad honda, hombre de lo esencial, de predicación descarnada, que enseñaba a distinguir el trigo de la paja, el oro del oropel, la verdad de la mentira, aun que ésta se albergara en el palacio de Herodes. Sobre todo, enseñó a distinguir a Jesús de Nazaret, el Maestro, de quienes se proclamaban “maestros de Israel”. Por eso, nosotros le llamamos “profeta y más que profeta”. “El mayor de los nacidos de mujer” le llamó Jesús. Una grandeza que, sin embargo, le hace profundamente humilde, hasta exclamar cuando le preguntaban por Jesús: “Conviene que él crezca y yo mengüe”. Él era sólo la voz que clamaba en el desierto. La voz que dejaría de serlo cuando llegara el que era la Palabra.

El evangelista Lucas, para dar al acontecimiento la importancia que tenía, data con un rigor y una solemnidad inusual el comienzo de la predicación del Bautista: “En el año decimoquinto del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisano tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás”.

Juan invitaba a desbrozar los caminos y a enderezar los senderos del alma. Instaba a la conversión. A los que estaban dispuestos a cambiar, les sumergía en el Jordán, en un bautismo de purificación

Cumplió con tanta fidelidad su misión que, porque molestaba, porque a los hombres les molesta la verdad cuando les llega de frente y sin filtros, en una fiesta de copas y lujuria le cortaron la cabeza y se la entregaron a una bailarina, servida en una bandeja. Así manifestó su libertad.  

Yo estoy seguro de que Juan, bajo su apariencia austera y áspera, casi de esparto, bajo su voz tan cortante como las navajas de Albacete, escondía un corazón de miel.        

Don de Dios y respuesta personal, las dos caras de una misma vocación preciosa, eso fue la vocación de Juan el Bautista.

El pueblo, en aquel momento del nacimiento del Bautista, estaba expectante. Ansiaba una palabra de aliento. Oteaba el cielo con el único afán de que, abriendo alguna ventana, bajase una voz que animase y levantase. Juan decía: “En medio de vosotros hay uno al que no conocéis, y al que no soy digno de desatar la correa de las sandalias”, decía. Y añadía: “Yo bautizo con agua, Él os bautizará con espíritu santo y fuego”.

¿Qué nos diría hoy a nosotros, cristianos del siglo XXI? ¿Será verdad también hoy que, a pesar de estar bautizados, hay uno al que no conocemos, el único que puede bautizarnos para una vida nueva?

Juan vino como precursor de aquel que nos dejó como testamento suyo el amor. En esta hora en que todos estamos invitados a la austeridad y a compartir con aquellos que están sufriendo las consecuencias de la actual crisis económica y con tantos hombres y mujeres del mundo que viven en una crisis agudísima permanente, ¿qué nos diría san Juan? Escuchémosle: “La gente le preguntaba: -Entonces, ¿qué debemos hacer? Él contestaba. –El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene, y el que tiene comida, haga lo mismo” (Lc. 3, 10). ¿Está claro?

¡Felices fiestas de San Juan a todos los albacetenses!