María José Alfaro Medina

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1 de agosto de 2020

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Si preguntáramos por uno de los milagros de Jesús probablemente coincidirían, creyentes y no creyentes, en decir el de la multiplicación de los panes y los peces. Quizá por lo llamativo de la situación, dar de comer a tanta gente partiendo de cinco panes y dos peces, o quizá por tratarse de algo tan necesario y presente en nuestras vidas como la necesidad de alimentarnos. 

En los últimos meses hemos aprendido a valorar la salud como algo en permanente riesgo y que hay que proteger. El Evangelio está lleno de curaciones de enfermos, también en el texto de la multiplicación, Jesús había curado previamente a los enfermos que acudieron a Él. Encontramos por tanto la necesidad de lo material y lo inmaterial en un mismo texto. Pero no solo la salud conforma nuestras necesidades inmateriales, somos pobres de muchas cosas… Estamos necesitados de afecto, de compañía, de ser reconocidos, escuchados… A veces la necesidad consiste en valorar estas pequeñas cosas cuando las tenemos y que no apreciamos por nuestro ritmo de vida. Pero la vida se para, como en Marzo, y nos encontramos con nuestra realidad más sincera: valorar la salud, necesitar un abrazo, una sonrisa, una conversación, ver jugar a los nietos, visitar al padre o a la madre en la residencia….  

Hay dos cosas que llaman mucho mi atención al leer el evangelio de hoy. La primera es cómo se dirige Jesús a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”.Esta expresión encierra un contenido más allá del que se ve en ese momento. Está diciéndoles que tienen una misión, una misión que está en los otros, en mirarlos con misericordia, prestar atención a lo que necesitan y actuar. Esta misión nos une veinte siglos después a ellos, la compartimos, la tenemos que hacer realidad. Y para ello contamos, dentro de nosotros, con dones, valores, a modo de piedras preciosas, que pueden quedarse escondidos o ser puestos al servicio de los demás. Unos tienen el bien material del dinero para poder realizar donativos, otros el bien de la disposición y el tiempo del voluntariado, de la alegría, la sonrisa… Y cada uno de ellos, a su manera, tienen un valor incalculable que, a diferencia de las piedras preciosas, se pierde al no ser utilizados. 

Comentaba antes que todos estamos necesitados de algo, en mayor o menor medida, de manera visible o invisible. Por eso hay que saber mirar, tener los ojos abiertos para no descuidar al otro en su necesidad. Saber mirar es, en sí mismo, uno de esos dones, porque nos predisponen a descubrir lo que hay en el otro, para saber lo que necesita e intentar hacerlo feliz. Y en esa actitud de “crear felicidad” encaja un segundo aspecto: la palabra “multiplicar”. Y es así, así de fácil. Cuando uno se pone en disposición de descubrir y dar, cuando decide no pensar solo en sí, entonces multiplica lo que es y lo que tiene, porque da pero al mismo tiempo también recibe. 

Durante las semanas de confinamiento descubrimos la necesidad de otra palabra: humanidad. Y la vivimos en los sanitarios que no sólo luchaban por curar o aliviar, sino que se quedaban en los últimos instantes, en los trabajadores de las residencias de ancianos que se preocupaban en hacer más llevadero el día a día de los residentes, en los voluntarios que llevaban la compra, realizaban mascarillas o pantallas protectoras, en las redes para obtener recursos ante la falta de medios en los centros hospitalarios… Sí, se ha multiplicado la humanidad y la solidaridad, como en el milagro de los panes y los peces. Y lo hemos hechos nosotros, porque en cada uno de nosotros está la posibilidad de sumar, de restar, de multiplicar o dividir, con nuestros actos de cada día. Pedimos y exigimos a otros que hagan cosas y solucionen problemas sin darnos cuenta que nosotros también tenemos ese “poder” de actuar y solucionar a nuestro alrededor. 

Pensar en los demás, querer multiplicar (o por lo menos sumar), desde lo que cada uno es y tiene, es lo que puede cambiar el mundo, porque “nadie es tan rico como para no necesitar una sonrisa ni tan pobre como para no poder ofrecerla” (S. Alberto Hurtado).