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15 de enero de 2022
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San Juan Pablo II tuvo el acierto de añadir al rezo del Santo Rosario los “misterios luminosos” entre los que figura el Segundo Misterio Luminoso: Las bodas de Caná.
«Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino».Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»». (Jn 2, 1-5).
María se revela en las Bodas de Cana como una figura femenina en todo su esplendor.
María es “mediadora” entre nosotros, nuestras necesidades y su Hijo Jesucristo:
Y los comensales, sin enterarse del apuro, disfrutaron de un vino mejor.
Todos salieron ganando con la mediación de María: los novios, los invitados y hasta el propio Jesucristo, pues dice el evangelio, “que creció la fe de sus discípulos en Él”.
María es “mujer”. En Ella se aprecia sensibilidad hacia las situaciones de los demás, determinación para resolverlas y discreción en su modo de actuar.
Contemplar a María es aprender una manera de ser y también de comportarse.
María es “madre”. Y ¿quién se resiste a la petición de una madre como es María? Al final, su Hijo realizó la clara “insinuación” de su madre.
El milagro de las Bodas de Cana de Galilea no es algo que ocurrió, sino algo que acontece diariamente en nuestra existencia personal cotidiana. ¡Cuántas personas dan testimonio del milagro conseguido por María en su vida personal!
Caminaban sin rumbo por la vida sumidos en un gnosticismo estéril o en un pelagianismo imbécil y María ha conseguido el milagro de conducirlos a su Hijo Jesucristo y de dar un sentido nuevo religioso auténtico a su existencia personal.
Hoy, es oportuno hacer el elogio de tantas mujeres y madres que en la sociedad y en la Iglesia dan testimonio de servicio generoso, de presencia sanadora y son estímulo de superación para hijos, para esposos, para feligreses. Ellas se encuentran allí, en las residencias de mayores, en la atención a los necesitados de las Cáritas, en las celebraciones litúrgicas… Ellas como María hacen de mediadoras, ofreciendo su cálida sensibilidad de mujeres y de madres.
Pero María es la Mujer por excelencia, la Madre del Salvador, la Intercesora por antonomasia como san Bernardo lo recuerda en la oración: “Acordaos…” Nosotros debemos venerar a María siempre. Y podemos hacerlo de memoria con los versos de esta sencilla poesía:
Lucero del alba,
luz de mi alma,
Santa María.
Virgen y Madre,
hija del Padre,
Santa María.
Flor del Espíritu,
Madre del Hijo,
Santa María.
Amor maternal
del Cristo total,
Santa María.
Francisco San José Palomar
Sacerdote Diocesano