Francisco San José
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16 de noviembre de 2019
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Llegando como estamos al final del Año litúrgico, las lecturas de este domingo nos estimulan a la vigilancia, la honradez y la confianza en Dios.
La Palabra de Dios nos advierte de que todos tenemos un destino finalque vamos labrando durante el discurrir de los años a través de nuestro comportamiento, de nuestro amor y de nuestras obras; en definitiva, de nuestra actitud ante Dios y ante los hombres. Hay un tono de advertencia en la palabra de Malaquías: “Mirad que llega el día”. Porque el destino es bien diferente en unos y en otros. “Ser paja que se quema, no quedando de los perversos ni rama ni raíz o ser alumbrados por el sol de justicia a los han honrado su Nombre”, recibiendo el premio de una gozosa salvación.
En este mismo contexto litúrgico, San Pablo dice a los cristianos de Tesalónica que imiten su ejemplo, es decir, que trabajen. “Os lo dije: el que no trabaja, que no coma”. No valen pretextos para la gandulería, hay que trabajar para ganarse el pan. Conoce bien el paño, lo que está pasando, que algunos viven sin dar golpe. Y añade con su pizca de ironía: “muy ocupados en no hacer nada”. ¿Acaso no se dan las mismas conductas en nuestra sociedad actual? Hay quien prefiere vivir a costa de los demás. Otros a base de subvenciones quieren asegurarse, —lo contrario de San Pablo— prosélitos incondicionales de sí mismos, de su puesto relevante. Y algunos hacen fortunas a base de maniobras nada limpias y que trabajan mucho pero no con tranquilidad para ganarse el pan, sino para, en detrimento de una justicia social, satisfacer su avaricia insaciable.
También para los momentos difíciles tenemos la Palabra de Dios que alimenta la esperanza y fortalece a los seguidores de Jesús: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. En nuestros días ocurren y se experimentan acontecimientos serios: seísmos, guerras, hambrunas, persecuciones religiosas que son puestos de relieve por los medios de comunicación social. El consejo de Jesús no es estar a la defensiva, sino que los vivamos como momentos propicios, con la ayuda del Espíritu, para la solidaridad y el testimonio y, también, para la fidelidad con que salvar nuestras almas, nuestras personas.