+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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31 de marzo de 2021

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Con la Misa de esta tarde, en la que recordamos la Última Cena del Señor junto con sus discípulos, iniciamos el Triduo Pascual. En la celebración de hoy se nos recuerda tanto la institución de la Eucaristía como la del Orden sacerdotal y, también, el Mandamiento del amor.

Celebramos hoy una Eucaristía muy especial, la del Jueves Santo, la del Día del Amor Fraterno. Cáritas se hace presente en esta celebración para recordarnos las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Jesucristo instituye la Eucaristía y nos ofrece un signo de amor fraterno: lavar los pies a los discípulos, trabajo propio de los servidores, de los esclavos, no del amo. 

El lavatorio se produce durante la cena de Pascua y fue durante esta celebración cuando Jesús nos dejó otra prueba de su amor, el regalo sublime de su presencia real y total en el Pan y en el Vino consagrado. Fue la primera Eucaristía de la historia y su relato uno de los textos más antiguos de los evangelios. En la Última Cena, Jesús anticipa su entrega en el Calvario. Con el derramamiento de su sangre, establece la nueva y definitiva alianza. Somos salvados por la sangre de Cristo. El suyo es el sacrificio definitivo que se renueva en cada celebración de la Misa. En la Eucaristía, Jesús se hace presente y, al mismo tiempo, se ofrece por la salvación de los hombres. Es el sacramento de su amor.

En este día tan significativo, en la segunda Lectura hemos escuchado la narración de las palabras de la Eucaristía en boca de san Pablo, mientras que en el Evangelio se nos describe el momento del servicio, el lavatorio de los pies. Algo que por singular o llamativo no deja de tener su trascendencia. La caridad es algo que afecta a la totalidad de la Iglesia.  La Eucaristía dispone para el servicio a los hermanos, nos capacita para la práctica de la caridad. Jesús amó a los suyos «hasta el extremo», nos dice el evangelista Juan. Este amor lo demuestra Jesús lavando los pies a los apóstoles y, posteriormente, entregando su vida en la cruz por nuestra salvación.

Con el gesto del lavatorio Jesús demuestra que ha venido a servir y no a ser servido, que está dispuesto a dar la vida por todos. La Eucaristía es memorial, actualización de la muerte y Resurrección de Cristo, sacrificio de la Nueva Alianza y sacramento de amor y de unidad. Cada vez que celebramos la Eucaristía, proclamamos la muerte y la Resurrección de Jesucristo. Por eso, tenemos que volver continuamente a la Eucaristía. En ella encontramos el amor con el que Jesús nos ha amado y también la fuerza para responder a ese amor. El amor fraterno solo es posible si nuestro corazón se abre a los demás. El amor construye la fraternidad. Donde hay amor hay fraternidad. El amor cristiano es ágape, es decir, amor gratuito y desinteresado, que no exige nada a cambio. El amor fraterno solo es posible si nuestro corazón se abre a los demás, si compartimos lo que tenemos, lo que sabemos, si ayudamos a quien más lo necesita. 

En esta celebración, que abre el Triduo Pascual, se nos recuerda que Dios está de nuestra parte, y que no quiere que sus hijos sufran, por ninguna razón, y que necesita que vivamos la fraternidad entre nosotros al máximo para que su amor se haga realidad cada día. 

Celebrando la Eucaristía, la Ultima Cena, Jesús se levanta de la mesa, se ciñe una toalla y empieza a lavar los pies de sus discípulos. Era un comportamiento propio de los servidores, de los esclavos. Y Jesús los dignifica. Jesús sabe lo que hace: se convierte en esclavo, en servidor de sus apóstoles y de todos nosotros. Por eso Pedro se escandaliza. Comprende perfectamente el gesto y con su habitual sinceridad se opone a que Jesús, su Maestro, le lave los pies a él. Jesús, entonces, le explica que es una condición necesaria, imprescindible para formar parte de sus amigos, para ser su seguidor, su discípulo. Y Jesús acaba explicándoles su gesto con una gran catequesis sobre el servicio, como una actitud fundamental de sus seguidores. Jesús nos ha dado ejemplo, nos ha mostrado el camino, para que sus discípulos hagamos lo mismo con las demás personas. En el servicio a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, podemos encontrarnos con Jesús y descubrir ese camino de felicidad que nos propone en su Evangelio.

Lavar los pies es una actitud fundamental del seguidor de Jesús, es hacer de la vida un servicio a los hermanos, por amor. En el gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les descubre su vocación. Con su misericordia, desata el corazón de los suyos para que sean capaces de amar Por eso hoy es el día del amor fraterno, el día del amor a los hermanos, porque sin amor no se puede servir evangélicamente. San Pablo decía: “aunque diera todo mi dinero a los pobres, si no tengo amor, no me sirve de nada”. Este gesto de Jesús nos indica cómo han de ser las relaciones entre nosotros los cristianos, relaciones fraternas y de servicio, de manera que así seamos un signo del amor de Dios para el resto del mundo.

El amor y la Eucaristía están muy unidos. La Eucaristía es la entrega de Jesús por amor a la humanidad: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Es un amor radical, un amor que sirve, que se entrega, hasta dar la vida. La Eucaristía es lo que nos distingue de cualquier organización que ayude a los pobres. Nosotros lo hacemos con un estilo, el de Jesús, el que nos dejó en la Eucaristía. Amar fraternalmente, con humildad, con entrega total y, especialmente a los más pobres y necesitados. Jesús acaba su vida conforme la ha vivido en todo momento: amando y sirviendo. Si no amamos, si no servimos, si no celebramos y vivimos la Eucaristía en la vida de cada día, si no lavamos y nos dejamos lavar los pies -le dice Jesús as Pedro-, “no tienes nada que ver conmigo”. La respuesta de Pedro también ha de ser la nuestra: “Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Es decir, aquí nos tienes Señor, queremos amar y servir al hermano hasta dar la vida, como tú. 

Hoy Jesús nos resume su mensaje en la Eucaristía y en el mandamiento del amor. Enséñanos, Señor, a vivir y ser Eucaristía, a cumplir tu voluntad, y a ser servidores del hermano desde el amor divino y la caridad fraterna.