MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA PRESENCIA DE LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESEMPARADOS EN ALMANSA
MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA PRESENCIA DE LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESEMPARADOS EN ALMANSA
+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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20 de febrero de 2022
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MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA PRESENCIA DE LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESEMPARADOS EN ALMANSA
Residencia-Asilo de San José
Alamana, 21 de febrero de 2022
La historia de esta Residencia de San José, de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Almansa, se remonta al año 1884 cuando cinco religiosas de esta Congregación llegaron en tren desde Valencia a la ciudad y se instalaron en la calle Rambla, nº16. Llegaban para hacer visible la caridad, el amor de Dios a los más necesitados, concretándose enseguida en la atención a los ancianos con menos recursos. El 22 de junio de este año llegaron los primeros ancianos a la Residencia, ocho ancianos y diez ancianas.
El año 1940, las Religiosas recibieron por parte de un empresario bodeguero la donación de un solar en la zona de la Glorieta. El Ayuntamiento, en 1954, se interesó en realizar una permuta del solar recibido por otro mejor situado, en la calle Corredera, y donde cuajó la idea de construir un nuevo edificio, más grande y mejor dotado, para Asilo de los ancianos. El 5 de mayo de 1958 se colocaba la primera piedra del nuevo edificio. Los pequeños donativos de los hijos del pueblo y otras ayudas especiales, como las del Ministerio de Hacienda, hicieron crecer el nuevo edificio. El 28 de noviembre de 1963 los ancianos se trasladaron llenos de alegría al nuevo edificio del Asilo San José en la calle Corredera.
«Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Salmo 117). En este día, al celebrar esta Misa de acción de gracias a Dios, a san José, y a la Santísima Virgen somos conscientes de que es bueno y santo dar gracias al Señor por la bendita presencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en Almansa y en esta bendita Residencia de Ancianos San José.
Gracias a todas las Hermanas y a las numerosas personas que, a lo largo de estos casi 140 años, como benefactores o personal contratado y voluntario han entregado lo mejor de sí mismas en el cuidado de los ancianos que fueron acogidos en la Residencia y los que ahora están también formando parte de esta “gran familia y amigos de la Residencia y de las Hermanitas”.
Conscientes de que han realizado y siguen realizando una gran tarea, querida por Dios y utilísima, al servicio de los ancianos más pobres, solos y necesitados, damos juntos gracias a Dios y a las Hermanitas. Conscientes del amor de Dios recibido y del que habéis puesto, Hermanitas, trabajadores y voluntarios en todo ello, damos gracias a Dios y a las Hermanas, y lo hacemos con la Eucaristía, la acción litúrgica y sacramental más grande y sublime que el Señor pone en nuestras manos y a nuestra disposición para darle gracias y para dar gracias a todos/as las que durante tantos años habéis entregado lo mejor de vosotros/as en esta benemérita Institución.
En la Santa Misa ofrecemos con el sacerdote “la hostia pura, santa, inmaculada”, una acción de gracias de infinito valor, y unimos a ella nuestro pobre agradecimiento: «Dirige tu mirada serena y bondadosa sobre esta ofrenda, le suplicamos cada día; acéptala, como aceptaste el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec».
La Misa es la más perfecta acción de gracias que puede ofrecerse a Dios. La vida entera de Cristo fue una continuada acción de gracias al Padre, actitud interior que en diversas ocasiones se traducía al exterior en palabras y en gestos, como han recogido los Evangelistas. «Padre, te doy gracias, porque me has escuchado», exclama Jesús después de la resurrección de Lázaro. Y en la multiplicación de los panes y de los peces da igualmente gracias antes de que sean repartidos a la multitud que espera. En la Última Cena, Jesús «tomó el pan en sus santas y venerables manos y, dando gracias los partió y dijo …; del mismo modo, acabada la Cena, tomó el cáliz y, dando gracias, …».
Todo es don de Dios, así lo entendemos desde nuestra fe y nuestro corazón. Estar en sintonía con Dios supone acoger sus favores con el ánimo agradecido de quien es consciente del don del que es objeto. «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva», aclaraba Jesús a la mujer samaritana, que estaba a punto de cerrarse a la gracia.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? ¿y que han hecho las Hermanitas y el personal de esta Residencia durante casi 140 años? Nosotros no hallaremos una forma mejor para hacerlo que participar cada día con más fervor en la Santa Misa, ofreciendo al Padre el sacrificio del Hijo, al que a pesar de nuestra pequeñez unimos nuestra personal oblación: «Bendice y acepta, oh Padre, esta ofrenda haciéndola espiritual, agradable y digna de tí». La presencia del Señor en el Sagrario es otro motivo profundo para darle gracias con el corazón lleno de alegría. Cuanto bien nos hace acompañar a Jesús sacramentado en el Sagrario o en la Custodia.
Aunque toda la Misa es acción de gracias, es en el Prefacio de la misma donde, en un clima de alegría, reconocemos y proclamamos que «es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor».
«Dar gracias siempre y en todo lugar…». Esta debe ser nuestra actitud ante Dios: ser agradecidos en todo momento, en cualquier circunstancia. También cuando nos cueste entender algún acontecimiento.
La Sagrada Escritura nos invita constantemente a dar gracias al Señor: los himnos, los salmos, las palabras de todos los hombres justos están penetradas de alabanza y de agradecimiento a Dios. «Bendice, alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus favores» (Sal 102,2). El agradecimiento es una forma extraordinariamente bella de relacionarnos con Dios y con los hombres. Es un modo de oración muy grato al Señor, que anticipa de alguna manera la alabanza que le daremos por siempre en la eternidad, y una manera de hacer más grata la convivencia diaria.
En el Evangelio leemos el milagro que hizo Jesús curando a un grupo de personas enfermas de lepra. Y vemos como Jesús se lamenta de la ingratitud de los leprosos que no saben ser agradecidos: después de haber sido curados, no se acordaron de quien les había devuelto la salud, y con ella su familia, su vida en la sociedad. Jesús se quedó esperándoles (Lc 17,11). Tan solo uno volvió a agradecérselo, un samaritano, el cual se marchó con un don todavía mayor: la fe y la amistad del Señor: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado», le dijo Jesús (Lc 17,19).
Agradecer es una forma de expresar la fe, pues reconocemos a Dios como fuente de todos los bienes; es una manifestación de esperanza, pues afirmamos que en Él están todos los bienes; y lleva al amor y a la humildad, pues nos reconocemos pobres y necesitados.
El Señor nos enseñó a ser agradecidos hasta por los favores más pequeños: «Ni un vaso de agua que deis en mi nombre a una persona que lo necesita quedará sin su recompensa» (Mt 10,42). El Señor espera de nosotros que cada día nos acerquemos a Él para decirle muchas veces: ¡Gracias, gracias Señor!
Gracias Hermanas por vuestro buen hacer, por vuestro ejemplo como consagras, por vuestras oraciones y sacrificios, por tanta ayuda, cercanía, cariño y amor, hecho caridad, entregado generosamente a los ancianos y ancianas de la Residencia, y a sus familias. Que el Señor os mantenga en el espíritu y carisma de vuestro Instituto religioso y que os envíe muchas y santas vocaciones para que podamos todos conocerle mejor, amarle más y servirle en los más ancianos, pobres y necesitados.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete