Mons. D. Ángel Fernández Collado

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7 de enero de 2024

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]l Bautismo del Señor cie­rra el ciclo de Navidad e inaugura la primera se­mana del tiempo ordinario. Por eso es también un domingo de transición, el domingo que da paso al tiempo durante el año. Con el bautismo culmina la ma­nifestación de Jesús como Hijo de Dios que hemos celebrado a lo largo de todo el tiempo navideño. Se nos presenta un Jesús ya adul­to, dispuesto a iniciar su minis­terio público. La celebración su­braya cómo Jesús quiere recibir el bautismo de conversión que ad­ministraba Juan en el Jordán. Con este gesto se hace solidario con los pecadores aunque él no nece­sita purificación alguna.

Jesús, a partir del bautismo, comienza la predicación del rei­no y el anuncio de la salvación a los hombres para la que había sido enviado por el Padre. La ce­lebración de la fiesta del bautis­mo de Jesús nos recuerda y evoca nuestro propio bautismo como un acontecimiento realmente im­portante en la vida de todo cris­tiano. Pues por el bautismo hemos sido hechos hijos de Dios y miem­bros vivos de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.

La condición e identidad de hijos de Dios que adquirimos por el bautismo, com­porta para los bau­tizados unos com­promisos serios de vivir en la vida los compromisos que adquirimos en el bautismo. La identidad de hijos de Dios que adqui­rimos en el bautis­mo nos compro­mete a vivir como auténticos hijos de Dios y como miembros de su familia, la Iglesia. Son estos dos compromisos los que resumen la esencia de nuestra identidad como “misioneros apóstoles de Cristo y su Evangelio” como nos dice el lema de este curso pastoral 2023-2024 en nuestra Diócesis.

El bautismo es un gran don de Dios, pero este don comporta también una gran responsabili­dad. Lo enseña el mismo Conci­lio: «Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo […] tienen el deber de con­fesar delante de los hombres la fe que reci­bieron de Dios por medio de la Iglesia» (LG 11,1). Esta es una misión a la que somos llamados desde el bau­tismo: anunciar la salvación de Dios a todos, proclamar sus maravillas y su Palabra y celebrar los misterios de la vida de Cristo y actualizarlos en la sagrada litur­gia.

Hoy sería bueno recordar nuestro Bautismo con algún gesto como ir a besar la pila bautismal donde fuimos bautizados, rezar el Credo frente a esa pila, o cada uno lo que creas conveniente, y al recordar nuestro propio bau­tismo, hemos de preguntarnos si vivimos como verdaderos hijos de Dios, si Dios es tan importan­te para nosotros como lo debe ser siempre un padre para un hijo o más bien Dios es para nosotros un padre del que no nos acordamos, del que desconfiamos, al que no queremos porque vivimos al mar­gen de lo que Él nos pide.

Como bautizados hemos de preguntarnos por nuestra misión de ser testigos en nuestro mundo. ¿Somos realmente sus testigos, o el estar bautizados significa real­mente casi nada para nosotros? ¿Somos miembros vivos de la fa­milia de los hijos de Dios que es la Iglesia, somos miembros muertos porque vivimos en la indiferencia respecto a Dios y a la Iglesia?

Asumamos y actualicemos nuestros compromisos bautis­males y hagamos de ellos la nor­ma principal de nuestra vida por­que solo así seremos realmente hijos de Dios y miembros vivos y comprometidos de su familia.

Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete