Manuel de Diego Martín
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14 de mayo de 2016
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El otro día un tertuliano de la Cope decía a propósito de la ocurrencia de una ilustre política catalana que proponía nuevas formas de convivencia humana en la que la paternidad iba a quedar un poco en la incertidumbre, que estos en su acervada progresía quieren llevarnos a las formas tribales mas arcaicas que imaginarse pueda. Naturalmente ya se ve que esto va contra todo sentido común, así como contra el derecho natural y contra el concepto de familia cristiana que propone el evangelio de Jesús.
No le falta un poco razón al periodista, pero yo añadiría que las formas trabales de los africanos tienen mucho más orden y concierto de lo que propone esta buena señora. Estuve diez años como misionero en África. Unos años muy felices y creo que, con la gracia de Dios, también con buenos frutos. No encontrábamos con el mundo de la poligamia y desde el evangelio les queríamos hacer comprender el proyecto que Dios tiene sobre la familia humana. Un papá, una mamá y unos hijos unidos como en una piña. Y qué envidia sentían cuando venían familiares nuestros y veían a nuestros padres y hermanos y nos decían: “¡Qué bien poder decir, mi padre y mi madre y mis hermanos! Yo vivo con mi padre, sus mujeres y hermanos que apenas quiero. A la que quiero de verdad que es mi madre y a sus hijos, mis hermanos, casi no sé donde están”.
Pues bien, esta idea de la familia cristiana, fue entrando en ellos con el evangelio. Después de veinticinco años he vuelto a visitarles y he pasado unos días con ellos. ¡Qué alegría ver aquellas comunidades que se han multiplicado. Ver sus celebraciones, sus cantos…Tantos niños, tantos jóvenes, todos cantando, danzando, rezando a Jesús y a la Virgen María! Y me decía la suerte de estas gentes que han conocido el evangelio y los horizontes de esperanza que se abren para ellos. En esa región de Burkina Faso los cristianos son todavía minoría, son muchos más los musulmanes y animistas. Pero si el Daesh no se mete por medio y los destroza, seguirán adelante. A la vez, sentía el contaste cómo en nuestras Iglesias quedan casi sólo los mayores, los niños y jóvenes van desapareciendo. Nuestros templos se van quedando vacíos. No sabemos lo que lo que nos perdemos cuando dejamos el evangelio.
Sentí una emoción muy grande cuando vinieron a saludarme aquellos jóvenes, hoy hombres maduros, que pertenecían al Movimiento Scout de la Parroquia y que trabajé mucho con ellos. Me abrazaban para después mostrarme a su mujer, a sus hijos, algunos, siete, cinco, cuatro….Todos muchos hijos. Y allí estaban éstos junto a sus padres, cantando, orando, sintiéndose cristianos de verdad .Viven pobremente, sí, pero mientras tengan campos que cultivar, viven con esperanza y mucha alegría. El cristianismo está allí haciendo milagros para ayudarles a vivir con dignidad. Yo los he visto.