Pablo Bermejo

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12 de abril de 2008

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Jashar, una persona que he conocido hace poco y con quien tengo conversaciones bastante profundas acerca de la vida (que a veces hasta me recuerdan a la famosa conversación de San Agustín con su madre aquella noche estrellada). La semana pasada Jashar me comentó que había tenido un sueño en el que volvía a ser niño y estaba hablando en clase con una chica que le había gustado en esa época. La chica le preguntó, como se suele hacer a esa edad, quién era su mejor amigo. Aunque en el sueño él era un niño, sus recuerdos eran como si fuera adulto, y contestó que no lo sabía. Esa respuesta, una vez despierto, le dio mucho que pensar. Desde siempre había tenido en la lengua la misma respuesta a esa pregunta, sin pensarla. Pero después de ese sueño, Jashar comenzó a sentir cierta tristeza porque, a pesar de tener muchos amigos, no estaba seguro que ninguno cumpliera lo que para él es un mejor amigo. Entonces le pregunté qué es lo que esperaba de alguien para considerarle un mejor amigo. A veces no entiendo bien su acento y no capto todo lo que dice, pero en ese momento parecía que quería expresarse lo más claramente posible, y por tanto le entendí a la perfección.

Sus palabras me han quedado grabadas, y hasta a mí me ha hecho pensar en mis mejores amigos. Me dijo: “No quiero nada que yo no le dé a los amigos a los que más afecto les tengo. No soporto a los que alaban lo bien que su amigo se ha portado porque le ha invitado a cenar dos veces. No pido invitaciones, no pido que me ofrezcan favores, ni amigos sólo de fiesta y tampoco que se callen mis defectos o que miren a otro lado si me ven llorar para que no me sienta mal…” Se quedó callado un rato, como si supiera lo que no quería pero no lo que no quería. Casi pasó medio minuto en silencio, y entonces le pregunté qué es lo que buscaría en un mejor amigo: “Quiero que me pregunte, y que me siga preguntando sobre lo que le contesto… que me respete sin yo tener que pedirlo. Me gustaría que me empuje a obrar bien y haga al menos un leve esfuerzo en evitar que obre mal (aquí hizo alusión a una frase que le conté de Séneca). También que se esfuerce en querer (o al menos no llevarse mal) a la gente que yo quiero… Y que sea capaz de enfadarse conmigo porque no he hecho lo que debo. También que, aunque yo no tenga ganas de explicarme, él ya me entienda… Que ignore mis malos humores, y que confíe en mí con los ojos cerrados”. Luego se mantuvo en silencio. “¿Nada más?”, le pregunté sonriendo. “Eso sería suficiente, jaja”, rió, “de todas formas, no estoy seguro de que sea algo vital tener un mejor amigo, y los que tengo lo rozan bastante. Sólo me preocupo porque ya sabes cómo pueden llegar a afectar los sueños”.

Desde luego Jashar ha puesto un filtro muy fino para llamar a alguien mejor amigo. A todos nos encantaría tener mejores amigos así. Pero, al final de nuestra conversación, los dos llegamos a la misma conclusión: lo realmente interesante es aplicar ese filtro para intentar ser un mejor amigo. Me parece que eso es bastante más gratificante, y es una buena práctica para darle más sentido a nuestra vida.

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