Pablo Bermejo

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27 de octubre de 2007

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En el instituto cursé una asignatura optativa que se llamaba Comunicación Audiovisual. Recuerdo que nos explicaban que en cada anuncio cada plano y cada color e iluminación está detalladamente pensado, y que nuestro subconsciente recibe más mensajes subliminales de lo que nos podemos creer.

Y en clase de Religión nos educaban, además de en religión, bastante bien para comprender el día a día. En una clase hicimos incluso un debate acerca de cómo toda la red publicitaria nos intenta marcar sin darnos cuenta cómo ser felices.

Sin embargo, en los últimos años hay mensajes que yo no son tan subliminales. El último anuncio del que no pude evitar reírme fue uno de un producto para la caída del cabello. El empleo de un hombre peligra porque cuando hace una exposición en el trabajo se le cae un pelo en el proyector y todos lo ven. Entonces se compra el producto en cuestión, y el anuncio finaliza mostrando cómo todos aplauden al hombre que ha terminado su exposición y sonríe con satisfacción mientras se pasa la mano por su espeso cabello. Para los que aún no tenemos indicios de alopecia, nos resulta sencillo rechazar la idea que este anuncio nos muestra, pues teniendo abundante pelo sufrimos muchos problemas y no solemos sentirnos alegres al acariciarnos el cabello.

La cuestión es que muchos escondemos algún defecto que nos puede hacer sufrir en mayor o menor medida, y por desgracia podemos caer en el error de dejarnos convencer de que es ese defecto el que no hace que nuestra vida sea plena. Recuerdo cuando hacíamos excursiones en el colegio al llegar el verano y una amiga me contaba que le daba vergüenza apuntarse porque tenía las piernas muy gordas. Aquello me quedó marcado y cada vez que veo un anuncio de crema solar donde todos los cuerpos que aparecen rozan la perfección me acuerdo de mi amiga. Vamos, que a todos los que su alopecia les hace sufrir los que tenemos más pelo podemos asegurarles que su vida sería igual y que nadie les juzga por sus entradas pronunciadas.

No existe producto ni moldeado del cuerpo que nos haga sentirnos plenos o a gusto con nuestra vida; eso es algo que ningún anuncio nos cuenta y que depende directamente de cada uno de nosotros. Estoy leyendo un libro acerca de la publicidad, y cuenta el caso de una conocida marca de ropa que siempre anuncia sus productos con personas rubias, blancas y esculturales montados en barcos o yates. Esa misma marca y otra marca de calzado, al sacar una nueva línea, regalan sus productos en el conocido barrio del Bronx en Nueva York a los pandilleros y personas con más mandato en el barrio, y esta es la forma más rápida que conocen de convencer a la gente de que llevar esa ropa es símbolo de poder. En el libro también indica que a muchos les encanta comprar polos y camisetas con el nombre o símbolo de la marca lo más grande posible en la parte frontal, pues inconscientemente se sienten como si llevaran la etiqueta colgando para que todos sepan cuánto dinero se han gastado.

Si nos ponemos a discernir todos aquellos elementos que intentan influir en nuestro modo de vida, a veces dan ganas de cumplir aquella frase de que se pare el mundo que me bajo.