Manuel de Diego Martín
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16 de octubre de 2007
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Aprendimos de chicos que las facultades del alma eran memoria, entendimiento y voluntad. Son pues como tres ramas de un mismo árbol para que estas tres facultades sirvan al crecimiento del ser humano, deben ser usadas a la vez en una perfecta armonía.
La memoria nos sirve para recordar nuestro pasado, la inteligencia nos ayuda a que esos recuerdos nos sirvan para buscar la verdad y el bien, la voluntad tiene la misión de pilotar la memoria para retener aquello y solamente aquello que es digno de recordar.
Cicerón nos dijo que la historia es maestra de la vida. Efectivamente debemos ser amantes de la historia porque desde ella podemos ver los aciertos y los errores que nos pueden hacer tropezar. Es pena que sea precisamente el ser humano el único animal que tropieza dos veces, o mil veces, en la misma piedra.
San Pablo decía a su amigo Timoteo que hiciera memoria de Jesucristo, que hiciera memoria del Crucificado, que recordase al Resucitado. San Pablo no decía a su discípulo que hiciera memoria de lo canallas que habían sido Anás y Caifás, Herodes y Pilatos. Esto no tenía ya demasiado interés, lo que importaba es que tuviera en su mente día y noche ese amor inmenso de Dios que se hacía presente en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Todo lo demás ya era pura anécdota.
Hoy estamos viviendo la gestación de la famosa ley de memoria histórica. Como en todas las cosas que proyecta hacer el Gobierno, unos dicen que la ley es buenísima. Otros dicen que es un disparate. Añaden que, data la transición, ya se hace perfectamente innecesaria y es volver a revivir rencores, divisiones, abrir heridas entre los españoles que ya estaban cerradas. ¿Con qué nos quedamos?
Si las facultades del alma son memoria entendimiento y voluntad, habrá que ver qué voluntad hay detrás del ejercicio de esta memoria. ¿Se busca el bien de todos? ¿Se ejercita esta memoria desde la inteligencia humana, que tiene como objetivo buscar la verdad y lo que sirva más a la convivencia entre todos, o por el contrario, la memoria brota desde el revanchismo y desde el oportunismo electoral? Aquí está el quid de la cuestión.
Así pues, si la memoria funciona desde la inteligencia que busca la verdad y desde la voluntad que se compromete con el bien y la justicia, bienvenida sea. Si lleva otros fines, es más inteligente, es propio de la mejor voluntad, pasar la esponja que borre todo aquello que no merece la pena recordar. Hay cosas que se deben olvidar y perdonar de una vez para siempre.