Natalia Cantos Padilla

|

5 de octubre de 2025

|

9

Visitas: 9

El mundo actual, inmerso en la tecnología, empieza a medir a las personas por el número de “likes” y de seguidores en las distintas redes sociales, de manera que una persona que no forme parte de ellas, en determinados ámbitos, parece que “ya no existe”. Y en este empeño de estar cada vez más visibles, se hacen retos inverosímiles y bastante cuestionables con el fin de conseguir impresionar. Así, colgarse de lugares de gran altura, hacer pruebas de equilibrio en sitios peligrosos, permanecer 48 horas desaparecido y otras muchas maneras de desafiar la normalidad se convierten en formas de buscar aplausos en este medio. Y aunque las personas de cierta edad, en general, son más conscientes de hasta dónde deben llegar en esta carrera por la “viralidad”, los adolescentes están en una faceta de su vida difícil de gestionar, lo que los hace más manipulables. Para ellos es el momento de ser independientes, audaces, innovadores y, aunque aún están invadidos por muchas inseguridades, buscan medirse, saber cuánto valen, si lo están haciendo bien, intentando conseguir para ello el reconocimiento de los iguales más que el de la familia.

En el Evangelio de hoy, enmarcado en un momento en el que Jesús habla de cómo hay que perdonar, los apóstoles le piden que les aumente la fe, ya que les parece muy difícil la enseñanza del Maestro de perdonar siempre. Y Él aprovecha esta petición para instruirles sobre dos cualidades imprescindibles en todo cristiano: el poder de la fe y la importancia de la humildad.

Frente a la esclavitud que supone buscar el reconocimiento continuo de los demás, está la libertad que otorga poner la confianza en Dios. De esto se dio cuenta el recientemente canonizado Carlo Acutis, un santo adolescente y milenial que utilizó internet para dar a conocer la importancia de robustecer la fe en Dios a través de su presencia en la Eucaristía. “No yo, sino Dios”, decía, para indicar dónde debe estar el foco de atención en nuestra vida. Como contraprestación, la fe regala a la persona el inestimable valor de sentirse profundamente amado por Dios.

Continúa el Evangelio de Lucas por boca de Jesús: “¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo que se le ha mandado?”. Si realmente somos siervos de Dios, debemos llevar a cabo la misión que Él nos ha encomendado sin esperar nada a cambio. En este servicio desinteresado es donde el ser humano, paradójicamente, puede encontrar su mayor plenitud. Así, actitudes como cuidar de un hijo, escuchar a un amigo o acompañar a un anciano pasan desapercibidas para la mayoría de las personas, pero hacen un mundo mejor, más humano en el mejor sentido de la palabra. Esta es la grandeza de las cosas pequeñas. El reconocimiento debe ser todo para Dios y la grandeza está en hacer su voluntad. No importa nada el prestigio, ni lo que piensen los demás, porque al que es humilde nada le molestará jamás.